Capítulo 6

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En el instituto se percibía un ambiente muy pesado. El director había citado a los alumnos en el auditorio luego de descubrir que habían hecho una fiesta sin permiso. Todos estaban allí excepto Rebeca, Juliana y María Jesús, quienes se encontraban en su habitación preocupadas por la desaparición de Sara.

—Chicas, debemos ir al auditorio o tendremos problemas —dijo María Jesús.

—Sí, sí... Solo que no sé por qué Sara no regresó todavía —Rebeca se secó las lágrimas con las mangas de su suéter-. No dejó siquiera una carta, no contesta los mensajes, ni nos llamó...

—Debemos ocuparnos de ese asunto —Juliana se levantó de la cama—. Pero creo que María Jesús tiene razón. Si no vamos y se dan cuenta, podrían regañarnos —Rebeca cedió y se dirigieron al auditorio. Una vez allí, se encontraron con algunos profesores que las miraron desconcertados por haber llegado tan tarde.

—El discurso está a punto de comenzar —les dijo un profesor, mirándolas severamente—. Pasen y tomen asiento... Y que sea rápido.

Las tres amigas se sentaron juntas en unas butacas que hallaron a la mitad del auditorio. Luego de unos minutos, el director, que se encontraba en el estrado, se aclaró la garganta y se acomodó el micrófono a la altura de la boca.

—Alumnos de la institución, ¡qué agradable manera de darme la bienvenida como nuevo director! —dijo, en tono sarcástico—. La fiesta de ayer que tuvieron sin permiso fue una total vergüenza y demuestra que no tienen respeto por sus superiores. Esto sin duda merecerá un castigo por parte del instituto —de pronto se escucharon ruidos que provenían fuera del lugar. Entró una mujer furiosa al auditorio.

—¡¿Dónde está mi hija?! —preguntó la mujer a los gritos, una vez que se acercó al director.

—Es la madre de Sara —le susurró Juliana a Rebeca, sin despegar los ojos de lo que sucedía. Todos se quedaron en silencio, viendo cómo la mujer lo miraba fijamente esperando una respuesta.

—Chicos, pueden ir a clase —les dijo el director a los alumnos, quienes inmediatamente se levantaron de sus asientos y se marcharon del auditorio.

Los alumnos se dirigieron a su primera clase del día, pero no había ningún profesor cuando entraron. Juliana buscó a Chad y le pegó una cachetada ni bien entró al salón.

—¡¿Qué te sucede?! —le preguntó Chad, sobándose la mejilla por el golpe.

—¡Por tu culpa Sara se fue del instituto! —le gritó Juliana—. Te vi besándote con esa chica en la fiesta —María Jesús y Rebeca la sujetaron para que dejara de pegarle a Chad.

—¡Cálmate, Juliana! —le dijo Rebeca—. Te vamos a llevar afuera hasta que te tranquilices —María Jesús y Rebeca la llevaron fuera de la clase.

—Chad, ¿de qué chica habla? —le preguntó Hernán.

—¡No tengo ni la menor idea...! —Chad negó con la cabeza.

—Vamos a hablar —dijo Jason. Entonces él, Chad y Hernán se dirigieron hasta el patio del instituto.

Fuera del salón, se encontraban Rebeca y María Jesús consolando a Juliana, quien estaba llorando en el suelo en un rincón.

—Si Chad no le hubiera sido infiel a Sara... ¡Seguramente ella seguiría aquí!

—No puedo creer cómo entró su madre al auditorio —María Jesús le entregó un pañuelito descartable a Juliana—. Esto es muy extraño.

—No sé si se haya ido a causa de Chad —Rebeca se sentó en el suelo junto a ella—. No sé ustedes, pero yo la noté muy extraña en el campamento de verano.

—Chicas, tenemos que averiguar dónde está Sara y resolver este misterio —dijo María Jesús, mientras se sentaba con sus dos amigas y ellas asintieron.

—Alumnas, ¿por qué razón no están en la clase? —oyeron las chicas que les preguntaba una voz. Las tres muchachas miraron hacia arriba y vieron que el que les hablaba era su profesor de Historia. Inmediatamente se levantaron del suelo y entraron al salón.

Mientras tanto, Hernán, Jason y Chad se encontraban hablando en el patio a un lado de la cancha de fútbol.

—Chad, tienes que decirnos la verdad —pidió Hernán.

—¿De verdad le fuiste infiel a Sara? —le preguntó Jason, enojado.

—Sí, lo hice, pero... —quiso explicar Chad.

—¿Pero qué, Chad? Admítelo, eres un patán y no mereces perdón.

—¡Escucha, el patán eres tú...!

—¡Cálmense! —pidió Hernán, a los gritos—. Así no vamos a lograr nada, somos amigos, ¿recuerdan? —los dos chicos pusieron los ojos en blanco—. Ahora lo importante es encontrar a Sara.

—Siempre estuviste enamorado de ella, ¿verdad, Hernán?

—Chad, eso no importa ahora. ¿No entiendes que la has herido?

—Sí, lo sé y pido perdón.

—Ya es demasiado tarde para eso. Ahora solo tenemos que encontrarla —insistió Hernán, mientras Chad suspiró y se marchó. Hernán y Jason se encogieron de hombros y lo siguieron hasta la clase. Luego de unos minutos, los tres chicos entraron al salón y, mientras que el profesor los miraba fijamente, se sentaron en sus lugares—. Disculpe, profesor, llegamos tarde —Hernán se encogió de hombros.

—Sí, me di cuenta —el profesor suspiró—. Chicos... No sé lo que ustedes pretendían con esa fiestecita suya, pero quiero que sepan que lo que hicieron está mal. Díganme, ¿cuáles eran sus intenciones? —un alumno levantó la mano—. Sí, dime, Juan.

—Creemos que fue injusta la idea del director al quitarnos la fiesta. Nosotros cumplimos con el campamento de verano y, lo mínimo que esperábamos, era que se nos respetara el festejo.

—Sí —alzó la voz Mauricio—. Eso de quitarnos nuestra fiesta fue una injusticia.

—Vean, sé que lo que hizo el subdirector no fue de su agrado —prosiguió diciendo el profesor—: pero eso no les da derecho a tomar esa decisión. Recuerden que las malas decisiones tienen consecuencias...—sonó la campana del recreo—. Pueden ir al receso.

Rebeca, María Jesús y Juliana se reunieron en el pasillo.

—Chicas, tenemos que averiguar qué sucedió con la madre de Sara —dijo Juliana.

—Escuché rumores de que está en la oficina del director —comentó Rebeca y las tres amigas se dirigieron hacia allí con precaución. A través de la ventana pudieron ver que estaban hablando la madre de Sara y el director.

—No me iré de aquí sin una explicación lógica, señor director. ¡QUIERO A MI HIJA! —gritó la madre.

—Señora, le prometo que haré lo posible para encontrar a su hija... —se limitó a decir el director.

—Más le vale, director. Si no lo hace, me veré obligada a denunciarlo —dijo la madre, con tono amenazante—. Ahora me voy. Pienso imprimir fotografías de ella y distribuirlas por la ciudad para ver si... —tenía lágrimas en los ojos—. Alguien la encuentra... —salió de la oficina del director, cerrando la puerta detrás de ella. Las tres amigas pudieron escuchar cómo se iba llorando.

—Hay que hacer lo mismo, chicas —propuso Juliana y las chicas asintieron.

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