Capítulo 13

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—Me han hablado mucho sobre ti, estoy encantado de conocerte —Esteban le estrechó la mano a Sara.

—Bueno, creo que ustedes dos tienen mucho de qué hablar. Sara, cualquier cosa, mi oficina está abierta para todo lo que necesites. Los veo luego —Nigel entró a su oficina.

—¿Cómo has estado?

—Te conozco... Tu voz... ¡Eres el chico del lugar extraño que me dio el consejo!

—Sí, eres muy lista —reconoció Esteban—. Con esa habilidad, es posible que salgas de aquí pronto.

—Espera, hay muchas cosas que no entiendo —comenzaron a caminar juntos por el pasillo—. ¿Qué significa que eres mi guía? ¿Por qué me ayudas? ¿Eres parte de mi misión?

—Algo así... Verás —dijo Esteban, abriendo la puerta del instituto y llevándola a caminar por un sendero—. Yo soy tu guía, tus ojos, tu apoyo, tu...

—Sí, sí, eso lo entendí desde el primer momento.

—Entonces, como tal, mi misión es cuidarte. Debo ayudarte con tu misión y enseñarte lo que no quieres ver.

—¿Y qué es tal cosa? —preguntó, quitándose una rama de la cara—. ¿Adónde vamos?

—Ya casi llegamos, espera —avisó y los dos llegaron a la cima de una montaña—. Esta es la ciudad.

Sara se quedó contemplando la vista de la montaña, que parecía un mirador. Le llamaba la atención que la ciudad estuviera dividida en dos partes diferentes: una era completamente gris y la otra mitad tenía diferentes colores vivos de la naturaleza.

—¿Qué significa esto?

—Ya estuvo señorita. Ya me tienes cansado, pero en serio —le reprochó Esteban y la comenzó a imitar—. ¡Ay! Soy Sara y no sé dónde estoy. Me tienen harta, quiero ir a mi casa, blah, blah, blah.

—Yo no soy así.

—Sí, sí eres. Y, si sigues así, harás que yo, tu guía, decida dejarte.

—¿Puedes hacer eso?

—No, no puedo. Pero ¿ves? Eso es a lo que me refiero. ¡Siempre preguntas todo! Eso se acabó.

—Pero...

—No, si haces una pregunta más te quedarás aquí para siempre —se cruzó de brazos y escuchó que Sara comenzó a llorar—. No, no es cierto, ya deja de llorar, por favor —Sara se calmó un poco—. No te quedarás aquí para siempre, eso sería cruel. Es solo que en vez de quejarte y seguir cuestionando todo... No lo sé, podrías intentar descubrir por qué estás aquí por tu cuenta.

—No soy tan inteligente para eso.

—¿De qué hablas? Eres la persona más inteligente que conozco. Y eso que conocí a muchas personas.

—En mi instituto no piensan lo mismo —se sentó en el borde de la montaña.

—Ah sí, es eso de que no eres lo suficiente para pasar el año más difícil, ¿verdad? —se sentó junto a ella.

—Sí que lo saben todo en este lugar.

—Mira, te diré algo, yo sí creo en ti. ¿Por qué no simplemente usas este desafío como una prueba para demostrarte a ti misma que puedes hacer lo que sea?

—No lo sé, Esteban.

—Vamos, hazlo por mí. Y lo más importante, hazlo por ti —consiguió hacerla reír mediante caras chistosas—. Tomo eso como un sí. Escucha, un examen no demuestra tu inteligencia. Lo que realmente lo hace es la forma que tienes de ver la vida. En cómo solucionas tus problemas y en tu perseverancia. No te rindas Sara, yo creo en ti —ambos se abrazaron—. Creo que ya es hora. Dale una mirada a tu espejo —Sara se miró en el espejo y vio unos colores azules—. Habiendo visto eso, ¿qué te parece si echamos un vistazo? —bajaron la montaña y caminaron hasta llegar al lado gris de la ciudad—. Muy bien Sara, estas son las calles de una de las partes de la ciudad —rio.

Sara se detuvo a observar detalladamente las calles oscuras. No había mucha luz y la gente caminaba cabizbaja por las aceras.

—Hay mucha gente triste —observó.

—Sí, así es esta zona. Mira esto —se acercó a un señor con sombrero y se lo quitó, poniéndoselo a sí mismo. El señor lo ignoró y siguió caminando—. ¿Ves? El señor ni siquiera se dio cuenta que se lo quité.

—Me pregunto por qué... -iba a preguntar Sara, pero recordó que ya no haría más preguntas.

—No hay mucho para hacer aquí, ¿cierto? Vamos a la otra mitad, señorita —le propuso, dejando el sombrero en la rama de un árbol. Ambos llegaron a la línea que dividía la parte oscura y luminosa de la ciudad.

—Es hermoso aquí —opinó Sara ni bien puso un pie al otro lado de la línea.

—Y se pondrá aún mejor. Te reto a una carrera hasta la montaña —comenzó a correr.

—¡Oye, eso no es justo! —le reprochó Sara y comenzó a correr para alcanzarlo.

—¡Alcánzame si puedes! —le gritó, subiendo la montaña. Sara lo persiguió corriendo lo más rápido que pudo todo el camino. Cuando al fin había llegado a la cima, estaba exhausta.

—Oye, mira a tu alrededor —le susurró Esteban al oído, alejándose.

Sara miró hacia donde le indicó y lo que observó le emocionó. Nunca había visto una vista tan hermosa. Todas las montañas eran de un color café claro, el cielo era de color celeste brillante y el campo de color verde tenía flores de todos los colores: rosa, rojo, amarillo, violeta y algunas eran de diferentes combinaciones.

—¡Esto es genial! —exclamó—. No había visto una vista tan hermosa en... Bueno, nunca que recuerde.

—Es lindo, ¿verdad? —se recostó—. Puedes recostarte si quieres, todo es más bonito desde aquí.

—No lo entiendo...

—¿Qué?

—Estos colores, estas divisiones...

—El mundo es un misterio, Sara.

—Sea lo que sea, lo descubriré —se recostó al lado de Esteban y se quedó atónita. El cielo había cambiado de color en un abrir y cerrar de ojos—. El cielo...

—¿Sí?

—Cambió de color. Antes era celeste y ahora se ve como un hermoso atardecer.

—Bueno, eso es porque las cosas pueden ser de un modo u otro según tu perspectiva.

—De acuerdo.

—Anda, ve abajo a darle una mirada.

Cuando Sara terminó de bajar la montaña, todo era diferente. Las flores que había visto arriba de la montaña se veían una encima de otra. Pero ahora estaban todas una detrás de la otra, dejando un pequeño espacio por el cual caminar. Las montañas eran más altas de lo que parecía y ahora se encontraban más lejos. Intentó observar el cielo, pero apenas pudo alzar la vista, porque estaba muy soleado.

—¡CORRE ENTRE LAS FLORES, SARA! —le gritó Esteban.

Entonces, Sara comenzó a correr entre las flores cada vez más y más rápido. Sentía la brisa en su cara, la felicidad a flor de piel y no paraba de reír. Cuando llegó al final, se recostó entre las flores, sintiéndose viva por primera vez. Una vez que terminó, se levantó, suspiró y subió la montaña para alcanzar a Esteban.

—¿Cómo estuvo? —le preguntó a Sara, cuando logró alcanzarlo.

—¡Fue estupendo! Es algo que nunca había sentido antes. El aire, la libertad, la felicidad. ¡Fue algo genial!

—Me alegro de que te haya gustado.

—Gracias —le agradeció, recostándose junto a él.

—Luego habrá que regresar, mañana tienes instituto.

—En este momento Esteban, me siento preparada para enfrentar cualquier cosa.

—Me alegro de que así sea —Sara miró su espejo y había cambiado al color amarillo.

En el interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora