Capítulo 31

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El discurso del nuevo director había terminado. Los alumnos comenzaron a salir, mientras comentaban de lo que dijo el nuevo director y los profesores hacían un esfuerzo por callarlos.

—¿Nuevo director? ¿Otra vez? —les preguntó Juliana a sus amigos, caminando por el pasillo a su clase.

—Espero que no haya otro después de este —rio Jason—. ¿Creen que la magia de este lugar acabó?

—No lo sé —María Jesús se encogió de hombros-. Misterios de la vida.

—Sí —rio Hernán—. Y, ¿qué dicen del nuevo psicólogo? Nunca hubo ninguno desde que estudio aquí.

—Sí, lo sé. Me hubiera gustado que estuviera hace unos años. Ya saben, hubiera sido útil contarle mis problemas a alguien —admitió Rebeca.

—Bueno, al fin hay algo en lo que estás de acuerdo con el instituto —Rebeca le dio a María Jesús un golpecito en el hombro.

—Dicen que está en la oficina junto a la de enfermería, ¿esa habitación no era antes la oficina de la limpieza? —preguntó Juliana.

—Exacto. Este instituto no deja de sorprendernos —rio Hernán—. Oye, Sara, ¿qué opinas de todo esto? -Sara lo miró con los ojos desorbitados.

—Hernán, necesito que me cubras con el profesor. Solo dile que me siento mal —le pidió, en susurros. Una vez frente al salón de clase, se colocó sus manos en la barriga y una expresión de dolor en su rostro.

—Bueno, entren a clase, chicos —ordenó el profesor, abriendo la puerta—. Sara, ¿estás bien?

—No se siente muy bien, profesor. Le duele la cabeza y un poco el estómago —mintió Hernán.

—Si es así, ¿por qué no te vas a tomar una aspirina o algo? —Sara asintió y le agradeció.

Se dirigió a la oficina del psicólogo, que se encontraba junto a la enfermería. Antes de entrar, echó un vistazo a su espejo de bolsillo, que ahora era de color blanco. Tocó la puerta de la oficina del psicólogo y este la dejó pasar.

—Hola, ¿cómo estás? ¿quieres hablar de algo? —le preguntó el psicólogo, dejando su papeleo de lado.

—Es usted, ¿verdad?

—¿De qué hablas?

—No trate de negarlo o hacer como si no lo supiera. Sé que es usted —dijo Sara, mientras ponía las cintas sobre su escritorio—. Solo quiero saber qué significan estas cintas de colores.

—¿Cintas de colores?

—Sí, usted sabe de qué hablo.

—Prefiero el término, cintas mágicas —rio—. Comencemos de nuevo. Soy Nigel, el nuevo psicólogo del instituto —estrechó su mano con la de Sara—. ¿Sabes? Es imposible ir en contra de una cabeza tan vivaz como la tuya, estoy impresionado. Tardaste tanto, Sara, para descubrir la verdad, ¿no te gustaría cerrar esta historia con tu sabiduría? —preguntó, mirando las cintas de color—. ¿Qué crees que significa?

—Bueno —se sentó en una silla frente a su escritorio—. Lo único que sé, es que estos colores fueron apareciendo en diferentes momentos y todas están en el orden correcto.

—Pues dime, ¿qué tipo de orden?

—De acuerdo... Al principio, no tenía color.

—¿Y cómo te sentías entonces?

—Me sentía perdida, sin conocer nada de lo que iba a suceder desde entonces, me sentía...

—¿Pura?

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