Capítulo VIII

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Lia se despertó en una habitación atada a una silla. Al lado suya había otra silla con un vestido negro y una nota que ponía:

“Si eres tan fuerte como dicen desátate de esa silla ponte este vestido y ve a la sala del trono.”

Ella hizo lo que decía la nota. Para desatarse de la silla se impulsó con los pies hacia atrás y del golpe la silla se rompió. Se iba a quitar la espada pero recordó que la única arma que llevaba era la daga de su hermana y la capa protectora. Se quitó el vestido, se puso el otro y despues se volvió a poner la capa y metió la daga en ella.

Al salir de la habitación encontró a ún guardia. Le dio una patada que hizo que se chocara contra la pared y le clavó la daga, después se la quitó y cogió su espada.

-Madre mía que espada de tan poca calidad.- dijo mientras se la ponía en la cadera.

Siguió caminando por el pasillo y al llegar a la puerta de la sala del trono se encontró a otros dos guardias. Estos desenfundaron sus espada y atacaron a Lia, pero ella lo vio antes y al primero le hizo un corte en el estómago y al otro en la garganta. Después se acercó a la puerta para abrila, pero no se abría. Miró a los guardias para ver si alguno tenía la llave, al ver que no pensó que estaría cerrada por dentro. Como no quería dar tanta vuelta, le dio una patada a la puerta y esta se abrió sorprendiendo a todos lo que estaban en la sala.

Entró en ella con una sonrisa un poco malévola.

-Ya estoy aquí.- anunció.

Todos la miraron, después a su espada llena de sagre y luego a los dos guardias que estaban en el suelo con sangre a su alrededor. Lia se frenó cuando llegó junto al que debería ser el rey. Era muy joven para ser rey. Debía de ser de la edad de Lia, tenía el pelo color negro y los ojos verdes, en vez de transmitir autoridad, estaba más asustado que el resto del mundo con la presencia de la muchacha que había asesinado a dos guardias así como si nada y había abierto la gran puerta de una patada.

Cuando el rey recuperó la compostura y la voz, bajo de su trono y se quedó enfrente de Lia.

-No deberías haberte arreglado un poco para venir a ver a un rey- le dijo a  Lia, después se acercó un poco más y le susurró al oído-. O por lo menos para complacerme.

Ella hizo lo mismo y le susurró.

-Yo no tengo que complaces a nadie, y menos a un rey.

Él se volvió a separar.

-Pues inclínate ante tú rey.

Lia se calló un momento para pensar. Su padre fue rey, y al ser la única hija que tiene eso a ella le convierte en reina. Si es lo mejor que tiene, y mira que no le gusta nada utilizar eso para callar a ún idiota. Pero es lo único que tenía.

-Porque se tendría que inclinar una reina.

Todos los presentes en la sal se sorprendieron, hasta el mismísimo rey. El padre del muchacho lo llamó un momento y el se acercó.

-Es tu momento, hijo.- le susurró al oído.

Mientras ellos dos hablaban Lia pudo ver un puente levadizo, pero tenía una llave para que se bajara. Volvió a ver al rey y pudo ver que era él el que la tenía. A improvisar se ha dicho, pensó.

-Ven conmigo.- le dijo por fin el muchacho.

Ella lo siguió hasta llegar a sus aposento, allí el cerró la puerta con llave.

-¿Como te llamas?- le preguntó Lia.

-Bastián, pero me puedes llamar Bas.

-Y tienes diecisiete, ¿verdad?.

Sáterix I: La guerra de las tres clasesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora