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AMELIA PENNICK, LA LEYENDA VIVIENTE
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Salimos de la tienda con Irene respirando hondo, como si le pidiera paciencia al de allá arriba.
—¿Y a dónde vamos ahora? —les pregunté.
—La librería —me respondió la hermana melliza.
Íbamos caminando por el pedregoso trecho donde se suponía que debía haber una acera, pasamos una hilera de palmeras y continuamos hasta llegar a un cruce.
—¿Hay librerías aquí? —pregunté medio perdida.
—Claro que sí, ¿o acaso crees que Limón es pura selva? —reprochó Walters y me dio su clásica mirada de «eres un saco de imbecilidad».
—Te responderé dependiendo de qué tan buenos libros tengan.
—Pues espero que vayas preparando una buena respuesta, doña "La ciudad de las bestias es el mejor libro de Allende".
—¿Tanto te molesta que diga la verdad?
—Cuando hayas leído La casa de los espíritus hablamos.
Cruzamos y caminamos una cuadra más hasta doblar a la derecha. Entre un local de café y una soda estaba la famosa librería.
Por fuera parecía un local pequeño, con ventanales amplios y escaparates que mostraban variados títulos. Entramos y sonó la campanilla.
A diferencia del exterior, el lugar estaba fresco, olía a cafe y papel.
Habían estanterías atiborradas de libros, y afiches donde posaban autoras como Elvira Sastre o Alejandra Pizarnik. Y como no, Isabel Allende.
En el mostrador había una mujer de cabello gris, pero ni atención nos puso. Parecía estar traveseando quien sabe qué cachivache que desde mi posición parecía un reloj antiguo con unas pinzas. Adriana e Irene caminaron entusiastas hacia la mujer. Esta levantó la mirada sólo hasta que Adriana le tocó el hombro.
Las seguí, movida por la curiosidad. La encontré familiar luego de mirarla un poco.
Tenía un chaleco lleno de bolsillos, unas gafas remendadas con cinta adhesiva y el cabello por los hombros abundante y desordenado. Toda ella irradiaba excentricidad. Debió ser muy linda de joven.
—¡Hijas! —exclamó contenta cuando las miró. Las abrazó maternalmente a ambas—. Llevaban tiempo sin visitarnos, ¿qué tal todo?
—Bien, con ganas de tomarme un vaso de fresco de cas de tía Catalina —dijo Adriana.
—Ah, creo que mi esposa casualmente está haciendo, con estos calores que hacen... —Reparó en mí—. ¿Y ella? ¿Quién es? —cuestionó entrecerrando los ojos, como si intentara reconocerme.
Espera, ¿esposa?
En plan, ¿esposa mujer? ¿Con pechos y trasero?
—Oh, ella es Luciana —respondió Adri—. Es una amiga de nosotras, viene de Cartago.
—Bueno, si eres amiga de ellas te consideraré una sobrina más. —Sonrió—. Soy Amelia, mucho gusto.
Cuando dijo su nombre algo hizo click en mi cerebro.
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Flores en el tocador ©
RomanceAquella fatídica vez en un húmedo pueblo de la costa caribeña, Luciana pasó un día terrible. Llovía mucho, la asaltaron, la amenazaron con un arma... Pero tranquilidad, que las cosas se ponen peor: se verá obligada a convivir con la mujer más insufr...