24 | Helados, horóscopo, criptozoología y otras banalidades lúdicas

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HELADOS, HORÓSCOPO, CRIPTOZOOLOGÍA Y OTRAS BANALIDADES LÚDICAS

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El sol de la mañana siguiente iluminó la tierra humedecida por la lluvia de ayer. Todo a mi alrededor se veía más vibrante: el cielo estaba más azul, sin rastro de manchas blancuzcas; el suelo parecía tener vida, estaba tan verde que por poco y obtenía la capacidad de respirar, las hojas de los árboles estaban perladas por el rocío.

Y yo, en medio de aquella obra maestra del creador, suspiraba por dos razones: la primera, me sentía dichosa de tener una vista como esa en el balcón de mi habitación; y la segunda, un par de ojos tan verdes como el espeso follaje de los árboles que me saludaban cada mañana no salían de mi cabeza.

Aún no podía creer que la había besado.

Que la había abrazado y que me dio la confianza para verla vulnerable.

Que yo le gustaba.

Y que ella era más que correspondida.

Era una situación que desde lo general era un paso más del montón, pero para mí, estaba elevado a un surrealismo digno de Salvador Dalí.

Quizás elementos externos como la posible ex-novia y los antecedentes de la misma estaban asediándome, pero gracias al cielo y a todo lo que la vida me ha enseñado, podía ver un poco más del panorama.

Aunque ello no quitaba que tuviera mis reservas y mis dudas.

Eh, tonta ―Escuché la voz de mi hermano a través de la bocina del teléfono fijo―, ¿me estás oyendo?

Sí, sí, ¿qué me decías?

¿Estás bien? Te escuchas más rara de lo normal...

Estoy bien, en serio.

Ya, voy a hacer como que te creo.

No jodas, sólo ando un poco distraída.

Sí, qué novedad ―apuntó con sarcasmo― ¿Tiene que ver con la chica esa de ojos verdes? ¿La que me contaste que te trata a las patadas? ¿Ya hubo...?

¿Ya hubo qué? ―inquirí con una nota de impaciencia.

―Ya sabes, la maniobra sexual entre mujeres que salva de embarazos no deseados.

Si estuviera tomando algo seguro me ahogaba.

―¡¿Y a ti que mierda te importa?! ¡Te juro que si vuelves a hablar así de ella yo...! ―Me detuve cuando caí en cuenta de que no había negado nada.

Josué también se percató de eso, la carcajada burlona que soltó respaldaba mi deducción.

Yo sabía que iban a terminar, como mínimo, besándose; tengo un sexto sentido para oler la tensión ―dijo muy ufano de sí mismo el maldito―. Mira cómo te pusiste y ni siquiera dije algo hiriente de la muchacha, debe de importarte mucho como para que la defiendas así.

―Te odio.

Nah, me amas y lo sabes.Rodé los ojos―. Pero cuéntame, algo tuvo que pasar como para que pases de quejarte de lo "insufrible que es la odiosa esa" a suspirar como pendeja sin poner cuidado cuando te hablan.

Flores en el tocador ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora