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CICLOS VICIOSOS Y ALTERCADOS CON COCAINÓMANOS PAJEROS
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La bóveda celeste sobre nuestras cabezas estaba tan nítida y despejada que avivaba el color de todo objeto y ser vivo que se encontrara en el firmamento.
Yo iba al volante del carro que mi bello hermano mayor me prestó para mi viaje, mismo terminé ofreciendo para ir a la playa del parque nacional de Cahuita; principalmente porque era grande y cabíamos todos. Julián iba a mi lado y el resto estaba en la parte trasera.
Les eché un vistazo por el retrovisor: Adri estaba recostada en el hombro de Garbanzo, y David conversaba con ellos.
Irene estaba totalmente desconectada del mundo real, tenía la sien pegada al vidrio y la mirada perdida en el exterior.
La tranquilidad en su semblante me hizo soltar un suspiro.
Cuando me acordé que estaba manejando, sacudí la cabeza y devolví mi atención al camino.
Respiré hondo para concentrarme.
Últimamente le ponía más atención a Walters de lo normal. A veces me encontraba a mí misma mirándole las pecas que le poblaban el puente de la nariz y los hombros y que se podían distinguir sólo si estabas muy cerca, porque su piel acaramelada las disimulaba.
Otras veces se paseaba por el jardín luego de terminar sus tareas, me perdía en el movimiento rítmico de sus caderas cuando caminaba y los ojos se me iban a su estrecha cintura.
Lo bueno es que hoy cuando nos reunimos antes de partir no fue tan odiosa o agresiva.
De hecho sentí que hasta me rehuía la mirada, me evitaba.
—Tienes que doblar a la derecha en la siguiente cuadra —indicó de repente Julián, él era otro que estaba comportándose medio extraño.
La culpa tenía nombre y apellido.
Era una culpa que empezaba por David y terminaba con la paciencia de Julián.
Riquelme le sonreía como canalla cada que se miraban, o se acercaba a Julián y le revolvía el cabello con brusquedad.
La tensión que los envolvía me confirmaba que ambos compartían historia.
Obedecí las indicaciones del chico a mi lado hasta que llegamos a la entrada del parque. Estacioné el carro y sacamos todo lo que ocuparíamos.
El martes me llegaba la tarjeta de débito nueva por medio de correos de Costa Rica, así que le pedí a Julián que comprara algunas cosas para comer de mi parte y se las pagaría el mismo martes. De esta manera podía comer como si no lo hubiera hecho nunca porque había puesto para la comida.
El asalto de hace dos semanas y media me orilló a deberle dinero a todo el mundo, una mierda total.
Bajamos y nos dirigimos a la caseta de cobros. La entrada se pagaba con una cuota voluntaria para ayudar a sostener el parque.
Cuando pagué, sentí la mirada invasiva del chico sobre mi escote. Como me dijera alguna burrada le rompía la nariz.
Los chicos se adelantaron y yo opté por parar no muy lejos de Irene, quien fue la última en ponerse frente al tipo.
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Flores en el tocador ©
RomanceAquella fatídica vez en un húmedo pueblo de la costa caribeña, Luciana pasó un día terrible. Llovía mucho, la asaltaron, la amenazaron con un arma... Pero tranquilidad, que las cosas se ponen peor: se verá obligada a convivir con la mujer más insufr...