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SECRETOS DE MUJERES
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Decir que estaban hasta el culo de borrachos sería un eufemismo.
Garbanzo era el más entero. Se encargaba de ciudar de todos, especialmente a Adriana, si alguna persona se le acercaba demasiado, él se aseguraba de que no la hicieran sentir incómoda. A los chicos parecía darles indicaciones: desde mi posición mucho más lejana, podía adivinar que se trataban de consejos. Después, observamos que Julián caminó hacia la espesa vegetación ennegrecida por la noche y David se perdió con él.
Cuando llegamos a ellos, Walters preguntó:
—No quiero ser aguafiestas, pero... —Se cruzó de brazos—, ¿qué carajos pasó aquí?
—Ah, llegaron todas estas personas diciendo que alquilaron este lado de la playa toda la noche, y que para no echarnos nos podían invitar a la fiesta —explicó el chico—. Es un cumpleaños, o algo así, David es el que conoce a la cumpleañera. Todos han sido muy amables.
—Esto es demasiado random como para que sea real —comenté sonriendo.
Después de mi comentario, Garbanzo explicó que David era un fiestero que hizo muchos amigos mientras estudiaba en el extranjero.
—Ese pedazo de mierda, en una zona protegida... —gruñó Irene enojada, pero intentó calmarse y regresó la mirada a Garbanzo—: ¿David y Julián?
—Hasta donde recuerdo, el rubio acompañaba a Julián para buscar un lugar alejado donde mear —dijo.
Ahora que les ponía atención, tanto Irene como Garbanzo se comportaban como si fueran como los padres del grupo. Eran prudentes, responsables, y parecían mamás gallinas queriendo tener a sus pollitos localizados.
Incluso conmigo, que era una extraña, se habían comportado protectores... bueno, Walters en especial era algo más pesada con que tuviera cuidado.
—Espero que no demoren mucho.
*
Dada la inesperada pero no desagradable situación, me fui a dejar la cámara al carro. Los bolsos los habían llevado antes porque le confié las llaves al hermano Castro.
Cuando activaba la alarma del vehículo luego de guardar todo, escuché pasos pesados atrás mío.
Me volví y me encontré con una figura que no se distinguía bien por la oscuridad.
Me puse alerta.
Estaba preparada para irme cuando escuché que intentó decirme "puta". Y digo intentó porque unas arcadas lo interrumpieron.
—De verdad, no entiendo porqué te permiten trabajar aquí todavía —dije. Me parecía surrealista que no hubieran guardabosques por esta zona.
La administración era, como al parecer sucedía en todo el país, una reverenda mierda.
El tipo se vomitó frente a mí y cayó sentado en el lastre del parqueo. Era el cobrador cocainómano de la caseta de la entrada del parque.
Debí irme, pero el estado del sujeto era tan deplorable que le pregunté si se encontraba bien.
—Zorra hija de puta —balbució atontado como respuesta a mi pregunta—. Volviste a convertir a Irene.
Lo miré, sin saber decantarme entre el asco o la confusión.
—¿La convertí? ¿Qué mierda crees que soy? ¿Una testigo de Jehová? Perdón, pero no tengo ni la paciencia ni la vocación de esa gente.
—¡La volviste lesbiana! ¡Otra vez!
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Flores en el tocador ©
RomantizmAquella fatídica vez en un húmedo pueblo de la costa caribeña, Luciana pasó un día terrible. Llovía mucho, la asaltaron, la amenazaron con un arma... Pero tranquilidad, que las cosas se ponen peor: se verá obligada a convivir con la mujer más insufr...