15 | Afinidad

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AFINIDAD

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Caminábamos juntas y en silencio.

Quería hablar con ella, pero por alguna razón que desconozco, parecía enojada. No recuerdo haber hecho algo malo.

¿Le habrá molestado que aceptara la petición de su abuela para que yo la acompañara?

Ugh, sólo le voy a preguntar y ya.

—Oye —Le pinché un hombro con el dedo índice— ¿Estás molesta?

Ella rodó los ojos y me alejó.

—No es tu asunto.

—Oh, sí que lo es, mi culo depende de ello: ¿qué tal si se te ocurre sacar el machete para descuartizarme?

—Ugh, ya volvió tu "yo" normal.

—¿Mi yo normal?

—Sí, ayer y hoy en la mañana hasta me evitabas, pero ahora sí se te ocurre comportarte como la molesta de siempre.

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? ¿Y por qué saliste corriendo ayer?

Dios, ¿ahora que le respondo?

1. Me tenías confundida porque resulta que eres muy guapa.

2. Mi culo gay sintió un fuerte pánico por tu culpa y tuve que huir.

3. Me soñé contigo y nos vimos involucradas sexualmente.

¡Todo suena mal!

—Estaba cansada, sólo eso —respondí evasiva.

—Pega fuerte hacer esfuerzo físico para más cosas que no sean oprimir el botón de una cámara, ¿no? —siseó con una sonrisita burlona.

Abrí la boca para refutarle, pero la maldita tenía razón.

—En mi defensa, soy un asco en los deportes, nunca me gustaron.

—Ajá —soltó como si yo no tuviera remedio—. Sólo admite que eres una vaga, no te morirás por hacerlo.

—Soy relajada, que es diferente.

Sonreí como tonta cuando vi que contenía las ganas de reírse. Al menos ahora se le pasaba rápido esa expresión de haber olido un pedo.

Antes de entrar a la librería, me aseguré de tomarle una foto a la fachada. Una de las ventanas lucía un rótulo con letras rojas que decía «cerrado».

Cuando cruzamos el umbral, nos llegó un olor dulce característico del pan casero horneado. Ya había comido, pero el delicioso aroma me abrió nuevamente el apetito.

Esta vez nos recibió doña Catalina. La mujer mayor nos observó con una sonrisa serena. Me recordaba a Meryl Streep ya mayor, pero con el cabello en un elegante recogido; y aún con algunos mechones oscuros.

No pareció afectada con mi presencia, pero sus ojos oscuros sí que repasaron mi rostro con detenimiento.

—Veo que decidiste traer de nuevo a Luciana —dijo con una voz calma.

Flores en el tocador ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora