37 | Cadencia

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Nota de advertencia: este capítulo contiene escenas leves de homofobia. Si eres una persona sensible con este tema, aconsejo una lectura cuidadosa. Hago la aclaración de que en ningún momento se fomenta este tipo de discriminación en el contenido de este episodio, al contrario. Gracias.

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Cadencia

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Fui directo a mi habitación. El pequeño trayecto desde el bar al hotel sirvió para que yo pasara de la desazón a la frustración, y de la frustración a la molestia. Empuñé el llavín de la puerta con fuerza, como si tuviera la culpa de que la mujer que me gustaba fuera cortante conmigo sin motivo aparente.

Tomé una respiración profunda, sostuve el aire por cinco segundos y luego lo solté por la boca poco a poco. Cerré la puerta con suavidad. Arrastre los pies y me lancé sobre la cama, abracé una almohada contra mi pecho. Cuando me atrapé a mí misma repasando de manera casi maniática lo sucedido con Walters hace un rato para ver si hice o dije algo mal, me puse una almohada en la cara y ahogué un grito de frustración. Quería sacudirse por los hombros. Quería que me dijera qué le pasaba. Que fuera directa. Que por una vez en su vida no fuera tan enrevesada con sus sentimientos. Me costó algo de trabajo convencerme de que no tenía la culpa de su reacción, menos cuando habíamos pasado una noche increíble antes.

O por lo menos para mí lo había sido.

Entre mi divague interno, el timbre del teléfono fijo de la habitación sonó. Solté un resoplido y descolgué sin ganas.

―¿Aló? ―solté con aspereza para la persona al otro lado de la línea, fuera quien fuera.

Yo también me alegro de oírte, hija ―siseó alguien con sarcasmo al otro lado de la línea. Sonreí de inmediato al escuchar la voz de mi mamá―. No nos llamaste ayer y nos preocupamos. ¿Cómo estás?

―Perdón, estoy bien ―dije.

―¿Ya tomaste café*?

Observé el reloj de la mesita de noche, eran pasadas las cuatro de la tarde.

―No tengo muchas ganas, la verdad.

―¿Estás enferma? ¿De verdad no vas a tomar café con lo glotona que eres?

―¡Ma!

Sé que es difícil que olvides tus horarios de comida, pero asegúrate de alimentarte bien, ¿de acuerdo? ―Asentí de manera obediente, como si pudiera mirarme―. ¿Cómo estás? ―repitió una de sus preguntas iniciales.

―Eh, ¿bien?

―¿Me lo preguntas a mí?

―No, estoy bien, de verdad.

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Analía Leitón, abogada de día, mi mamá siempre y detectora de mentiras profesional, sabía que yo no le decía la verdad.

Bueno ―dijo, posiblemente dedujo que este no era el momento más indicado para presiones o para reprocharme el que le estuviera mintiendo a la cara―. Sabes que si necesitas algo estamos a una llamada de distancia, ¿verdad?

―Lo sé, 'ma.

Hoy fui un momento a la casa de tu abuela a buscar algunas cosas ―añadió con un tono que aparentaba normalidad, pero que en el fondo yacía un resabio a nostalgia―, encontré un cuaderno de esos que usaba para pintar, pero tenía varias hojas llenas de escritura.

Flores en el tocador ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora