V E I N T I S É I S

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Lexy.

Trato con todas mis fuerzas, inhalar y exhalar, para calmar mis respiraciones, porque luego de todo lo que hicimos, siento que corrí, bueno, sí me corrí...digo, un maratón.

Evan deja suaves besos en mi columna, también tratando de estabilizarse. Intento moverme, para vestirme, pero me detiene.

—Espera, déjame limpiarte.—susurra, lo veo subirse los pantalones y sacar una toallita de su saco, con cuidado limpia mi trasero, donde dejó su rastro, porque toda mi piel, o por lo menos en esa área se siente deliciosamente sensible.—Ya está.

Su tono tan dulce, tan tranquilo me conmueve un poco, por lo que me permito bajar las armas por unos minutos. Busca mi vestido y me lo pasa, lo tomo y me visto mientras él también se ajusta la ropa.

Cuando termina, me regala una pequeña sonrisa, antes de acercarse a mí y ayudarme con la cremallera. Una vez lista, trato de huir, sin mediar palabra, pero nuevamente me detiene.

—Alexandra, dame un segundo, ¿sí? Tenemos que hablar.—mueve sus manos a mi cintura y se pega a mi, no de manera sexual, más bien, con delicadeza, casi adoración, y disfruto del contacto. Recargo mi cuerpo al suyo, mi corazón late con tranquilidad, y podría quedarme dormida justo ahora. Pongo mis manos sobre las suyas,  que reposan en mi abdomen, abrazándome.

—No creo que...— no creo que deberíamos dejarlo, no creo que deberíamos volver a vernos, no creo que quiero dejarte. Pienso, pero no digo nada.

Me da la vuelta, aún entre sus brazos y cuando veo sus ojos, me hipnotiza, como la primera vez que lo hicimos.

Enredo mis manos en su cuello, y me digo, como una vil mentira y mediocre excusa, que el sexo me dejó aturdida y por ello quiero quedarme entre sus brazos.—Necesito explicarte las cosas, como te dije, no quiero dejarte ir, no quiero que te vayas.

Estaba tan abrumada, tan frustrada y enojada, cuando Mía extendió el teléfono en la llamada que había descolgado, y esa...mujer dijo tantas cosas, y me sentí furiosa, como una niña caprichosa, malcriada a la cual le habían arrebatado algo suyo. Y me dije que no era mío, lo repetía como un mantra mientras hacía picadillos el contrato.

Sentí miles de espinas en mi piel y reí, porque lo había tratado como a una basura, con mi desconfianza, con mis cosas, y aún así, quería golpearlo, devolverle su propia medicina, por lo que decidí llamar a Horacio y él muy encantado aceptó venir conmigo.

—Tengo que irme, Evan.—susurro.

—No estoy con ella, no quiero nada con ella, Sofia jugó conmigo, ¿recuerdas?

—Pero ella fue tu prometida y por lo que ella me dijo, está aquí, y vino por ti. Algo de amor, tienes que sentir por ella.

Suelta una risa.—¿Amor? ¿Que clase de amor crees que puedo tener por ella? Oye, hablo en serio, ella no me interesa y cualquier cosa que te haya dicho es mentira. Créeme.

No puedo...—Está bien, Evan.

Suspira.—¿Podemos desayunar mañana? Me voy devuelta a Chicago en un par de días y no quiero perder el tiempo por ella.

Mi estómago se contrae, similar a una arcada. Al saber que nuestro tiempo llegó a su fin. Que su partida ya es inminente.

—¿Y-ya pasaron tus vacaciones?—susurro.

Sonríe y acaricia mi rostro.—Hace más de dos semanas, solo que lo extendí, pero sí, tengo que volver a mi vida.

Y yo a la mía. Aburrida, sosa, bajo una rutina agotadora en la que mi bote salvavidas es Mía.

Bella Donna [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora