And all I need from you is this: Your forgiveness

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¿Quién era él para montar un escándalo en la boda de su amigo? Tenía que ser adulto y enfrentar la situación como correspondía; esperar que todo fuese color de rosas y que tanto él como Sherlock asistieran al mismo evento sin que hubiese inconvenientes de por medio era simplemente imposible, por lo que juntó coraje y se dirigió hacia el 221 de la calle Baker con el cuerpo temblando y un discurso a medio armar.

Si bien se caracterizaba por tener un temperamento irascible, el rubio decidió que le daría al Detective Consultor el beneficio de la duda. No porque lo mereciera, sino porque John aún necesitaba respuestas. Sherlock había intentado explicarle una y mil veces lo sucedido, pero su orgullo no le permitió escucharlo en su momento. Ahora que los meses habían pasado y que él parecía un poco más calmado, esperaba poder obtener una oportunidad de comprender qué lo había llevado a actuar así años atrás.

Golpeó la puerta del sitio que alguna vez llamó hogar y esperó paciente a ser atendido. La señora Hudson no pudo ocultar su cara de sorpresa al encontrarlo allí, indicándole que Sherlock estaba con un cliente y que podría atenderlo cuando se desocupara, invitándolo a tomar un té mientras esperaba. Demasiado nervioso como para ingerir cosa alguna, John se negó con una breve sonrisa, para luego preguntarle por su salud y sus pasatiempos. Hablaron por unos minutos hasta que escucharon cerrarse la puerta del piso superior y luego la del frente. John supo así que era momento de enfrentar sus miedos. 

Aquellas escaleras nunca le habían parecido tan empinadas, o quizás sus piernas se negaban a llevarlo hasta el punto de encuentro con el hombre que había destrozado su corazón. Respiró profundo al tomar el pomo de la puerta, soltando el aire antes de abrirla e ingresar.

Sherlock Holmes estaba de espaldas a él, con la mirada perdida en la ventana. Vestía una camisa gris clara, pantalones oscuros y su habitual bata azul. Estaba descalzo y su cabello era un caos de rizos que claramente no se había preocupado en arreglar antes de la llegada del cliente en cuestión. John se quedó paralizado en la entrada, admirando el delgado cuerpo de Holmes en silencio, imposibilitado de realizar ningún movimiento ante su presencia. Odiaba el poder que seguía ejerciendo sobre él, sin importar el tiempo ni la distancia entre ellos.

Por su parte, Sherlock se percató de la presencia de un hombre detrás suyo. Tardó pocos segundos en reconocer aquel perfume que tantas noches había nublado sus sentidos.
Al girarse, encontró los bellos ojos azules de John Watson mirándolo como si no existiese nada más.

Se quedaron estáticos, en silencio, mientras intentaban comprender cuál era el próximo paso a dar. El tiempo se detuvo de inmediato. Y fue allí, en esa guerra de miradas, que comprendieron su destino: no podían seguir viviendo en un mundo en el cual ya no se pertenecieran, con todo lo que eso implicaba.

John fue el primero en moverse, caminando con firmeza hacia los brazos del moreno.
Y cuando Sherlock lo rodeó, acercándolo a su pecho, el Doctor volvió a llorar, pero esta vez con la certeza de saber que había vuelto a casa.

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