And the worst part is there's no-one else to blame

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Sherlock bebió distraídamente el delicioso té que John le había preparado. John, su John. El corazón parecía explotarle cada vez que el rubio tenía un gesto cariñoso hacia él.

Sentía pánico ante todas las emociones que estaba experimentando. Era realmente inexperto en cuanto a los sentimientos, y haberse enamorado de John no lo ayudaba en absoluto. Él sólo respondía con negativas a las preguntas de los demás acerca de su sexualidad y su supuesto romance con el detective. Sherlock simplemente sonreía, como si ello lo divirtiera. Sin embargo, su maltrecho corazón se iba quebrando de a poco ante cada mención del tema. John Hamish Watson, el aguerrido soldado que lo había conquistado, era (aparentemente) heterosexual. Varias muchachas habían desfilado por el 221B de Baker Street. Y él siempre se había encargado de alejarlas inmediatamente. John era su único amigo en el mundo, y él realmente no entendía cómo ser un buen amigo. Sentía celos, unos celos incontenibles cada vez que alguna mujer se le acercaba. John lo había desestructurado por completo, rompía cada una de sus corazas con una simple mirada. Él era la única persona que podía ver en su interior, el único que nunca lo había tratado diferente. John se sorprendía con su inteligencia, valoraba cada palabra que él decía. Realmente lo consideraba como alguien importante, alguien que merece atención y cuidados.

Sonrió al vaciar su taza. Su mente era un inmenso remolino. Para su desgracia, los ojos de cachorrito de John se le presentaban a cada momento. ¿Cómo podía contenerse así? Sus labios rosados, su calidez, su apetecible forma de leer el diario con el ceño fruncido. Todo en él le parecía completamente perfecto. Sherlock sabía que su amistad con el doctor Watson era lo más fuerte que había vivido. Tenía muchas dudas sobre cómo debía comportarse, comprendiendo que tarde o temprano John podría percatarse de lo que él sentía.

¿Qué podía él ofrecerle? ¿Qué podía brindarle un sociópata altamente funcional a la frágil y dulce alma de John Watson? La respuesta era simple: peligro. Desde que él había entrado en su vida, la única sensación constante era esa, la de peligro.

La simple idea de alejarse de John le producía un nudo en el estómago, pero debía mantener cierta distancia, cierta burbuja de misterio a su alrededor. Sabía que John no lo molestaría si él se encontraba en su palacio mental, por lo cual debía mantenerse allí el mayor tiempo posible. Volvió a empuñar su violín. Tocó por lo que le pareció una eternidad. Los primeros rayos de sol entraron por la ventana frente a él. Pensó en despertar a John, por el simple placer de verlo dormido aunque sea unos segundos. Sí, toda la perorata mental en la cual se había sumergido sobre alejarse de su compañero había quedado encerrada en alguna de las habitaciones más lejanas de su palacio. Preparó una taza de café negro, con dos terrones de azúcar. Lo llenaba de orgullo recordar los gustos de John. Era lo único de lo que podía sentirse orgulloso. Se acercó a la habitación del rubio con delicadeza, sentándose a su lado. Sonrió al ver su rostro tan plácido, sin preocupaciones. Con su dedo índice corrió un rebelde mechón de cabello que parecía fuera de su lugar. John bufó entre sueños.

- John, despierta - susurró - Hice café

El recientemente nombrado parpadeó repetidamente. ¿Sherlock haciendo café? Eso no era algo común. Sonrió ante la presencia real de esos perfectos ojos azules con los cuales había soñado toda la noche.

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