Nikolay
Desde que Ailín llegó la estoy observando con el ordenador de mi despacho. Es tan linda cuando duerme... Veo que despierta y se encuentra desorientada, gira su cabeza de un lado a otro y de presto se toca su frente como si pensara.
La oigo gritar: «¡¡Hostia puta!! ¡Me han secuestrado!». Mueve su cabeza y su respiración parece un maremoto. Cuando creo que comenzará a ponerse como loca, golpeando la puerta para que la dejen salir, desarmando toda la habitación, hace lo contrario. Va hacia el lavabo y cuando sale se sienta en la cama apoyada en el respaldo y con sus piernas cruzadas. Lo veo y no lo creo..., ni un grito ni una lágrima, nada. Debo decir que eso no me lo esperaba, me desconcierta un poco, como todo de esta mujer. Esperé unas horas para ver si cambia su comportamiento apacible, pero nada. Sigue muy tranquila y decidí ir a presentarme.
Al entrar a la habitación se me queda mirando sorprendida, creo que no se le ha cruzado por la mente que fuera yo su secuestrador.
Interactuamos un rato, en donde mi tigresa no se contuvo de darme una buena patada en el pecho.Dolió, no voy a mentir. Pero viéndola pelear en el bar debería haber imaginado que tanta tranquilidad era el preludio de algo más.
Le dije mis intenciones para con ella y se puso como una fiera, por lo que la cogí desprevenida inmovilizando sus manos a la espalda, apoyándola en la pared y colocando mi pierna entre las de ella para que no intentara patearme mi humanidad. No debo confiarme porque es toda una felina y me lo ha demostrado.
Intenté contenerme pero no pude y la besé. Creí que se resistiría más, que intentaría zafarse, pero cuando la apreté contra la pared, posando mi gran erección en su vientre y colocando mi mano libre en su nuca, sus barreras cedieron. Me dio paso separando sus labios y dejando que mi lengua caliente se enredara con la de ella, más fría. Fue un beso intenso. Nuestras lenguas se movían al compás, se compenetraban de tal manera que ninguno guiaba.
Fue perfecto; soy dominante y me gusta llevar las riendas, pero en ese beso no pude. Ella me seguía de la misma forma. Aunque sentí que también le gusta dominar... Fue como que juntos nos era imposible mandar sobre el otro, como si fuésemos uno y no quisiéramos poseernos egoístamente sino darnos placer.
Las sensaciones me abrumaron, no podía pensar con claridad, mi corazón se estaba por salir del pecho al igual que el de ella, y cuando no podíamos respirar nos separamos. La solté despacio dando unos pasos atrás para alejarme un poco.Me miró con los ojos vidriosos de la excitación y lujuria que sentía y le dije:
—Esto es una muestra de lo que haré. No niegues que te mueres por mí, así como yo lo hago por ti. Soy un hombre paciente y no te tocaré hasta que estés preparada.
Luego salí huyendo porque ya no tenía fuerzas para parar si volvía a besarla. Solo quería tirarla en la cama, atarla, desnudarla y poseerla como nunca lo he hecho con nadie. Hacerle el amor, besar cada centímetro de su cuerpo y al final perderme en su interior dejando mi semilla para que fuera la madre de mis hijos. Quería que gritara mi nombre cada vez que la llevara a la cúspide del placer, que me mirara como a nadie y que fuera completamente mía.
Muevo la cabeza y pienso que estoy loco, que esta mujer me está matando, no puedo contenerme cuando la tengo cerca. Solo quiero saltarle encima, perderme en ella por días sin salir de la habitación. Pero no puede ser, le hice una promesa..., o más o menos..., así que me iré de viaje para arreglar unos negocios y, de paso, intentar dar con el Dragón, que tantos dolores de cabeza da últimamente. Si me quedo aquí no podré cumplir lo que le prometí.
Llamo a los chicos para preparar todo.
—Viktor, Aleksei, he decidido ir a Bélgica para organizar los embarques de droga y cerrar un negocio de tráfico de armas.
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Los secretos de mi esposa
RomanceAilín es una mujer dulce, cariñosa y romántica, pero con una fuerza de voluntad y carácter que algunos quisieran. Esconde grandes secretos, uno de ellos podría matarla. Huye de un pasado lleno de dolor y sangre. Ha jurado no depender de nadie ni per...