Capítulo 4 - Perdiendo el control

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Ailín

He estado unos días de viaje, aunque no lo parezca soy una mujer muy activa y tengo negocios en diferentes partes del mundo. El ser contadora con un máster en Economía de Riesgos Empresariales me ha llevado a invertir en muchos negocios. Otros, simplemente los tengo por ayudar a mujeres de bajos recursos o con familias monoparentales. Estoy metida en mi ordenador y suena el teléfono.

Ciao.(Hola).

Ciao, bella. (Hola, bella).

—Cuando me dices así no es para nada bueno. —Levanto la vista suspirando y la poso en el techo de mi despacho, ya que el otro lado de la línea se había quedado en silencio—. ¡Virgen santísima, Sam, dime qué ocurre o, mejor dicho, en qué quieres que te ayude esta vez! —suelto impaciente.

—Mmmm..., Ailín..., no sé cómo decírtelo, me conoces tan bien... Es que Carlo ha tenido un accidente de coche y Gianna está con él en el hospital, por lo que no tengo a nadie que cubra la barra hoy.

—Y quieres pedirme que lo haga yo, ¿verdad?

—Sí, amiga, es que eres muy buena en todo y a esta hora no conseguiré quien venga.

—Tampoco exageres que no soy buena en todo. Simplemente he querido valerme por mí misma y trabajar para pagar mis gastos cuando estudiaba. Por eso sé atender una barra y mantener a raya a los borrachos. —No me gusta que piense cosas que no son. He sufrido mucho siendo obligada a aprender sin quererlo.

—¿Eso significa que lo harás? —dice esperanzada.

—Sí, lo haré —contesto conteniendo una sonrisa.

—¡¡Yey!! Ti voglio bene, amica.(Te amo, amiga).

I ja tebe volim, prijatelju.(Yo también te amo, amiga).

—Adoro cuando me hablas en croata, casi nunca lo haces. —Se la escucha feliz.

—No tengo por qué —digo sin emoción y con la voz dura—. Venga, nos vemos a la noche, pero te advierto que no beberé, mañana debo hacerme una revisión total que incluye ginecología y necesito estar descansada.

—¿Te pasa algo? No me asustes.

—Tranquila, es de rutina y para ver qué método anticonceptivo debo tomar. Sabes que los meses que ovulo doble me muero de dolor y el sangrado es muy abundante. Necesito regular mis hormonas —le explico.

—Ahhh... Ok Se me había ido la mente a otra parte. Como que tenías pareja. —Pongo los ojos en blanco con sus ocurrencias.

—¡Qué pareja ni qué ocho cuartos! No tengo tiempo ni ganas para eso. Adiós, Sam. —Cuelgo, no estoy de humor para tonterías.

******

Estoy en la barra del club y todo ha funcionado bien. Ya estamos por cerrar cuando unos hombres de entre veinticinco y treinta años se acercan a la barra, comienzan a insinuarse, por lo que los corto de plano. No paso desapercibido que para uno de ellos no ha sido agradable mi mal genio, pero eso a mí no me interesa. Me piden unas copas.Luego de pagar, uno toma mi mano y me jala con fuerza. Como no lo vi venir me he golpeado el pecho y las costillas. ¡Joder, cómo duele!

No me puedo controlar y reacciono como normalmente no lo haría. Con mi mano libre lo tomo del cuello estampando su cabeza contra la barra con todas mis fuerzas. Al momento me suelta y de un salto paso hacia el otro lado. Su amigo trata de agarrarme, pero me giro agachando el dorso de mi cuerpo; le doy una patada de revés, cae al suelo aturdido con sangre sobre su boca. Remato con una patada en el pecho, queda desmayado al caer hacia atrás y golpearse la cabeza en el suelo... Obviamente le he partido el labio con mi primer golpe.

Me giro hacia el que está en la barra apretándose la frente por la brecha que le he hecho al golpearlo. Le hago una llave haciendo que quede de rodillas con la cabeza a tierra, pongo una rodilla en su espalda y presiono con fuerzas sintiendo cómo se queja del dolor. Una leve sonrisa surca mis labios, me siento complacida. Al momento llegan los de seguridad. Las personas se han quedado paralizadas, nunca han visto tal despliegue en una mujer que parece no matar a una mosca.

—No necesito ayuda, pero ya que están aquí...¡quiero que los saquen y les prohíban la entrada! —Estoy furiosa.

—Como usted mande, señora —dicen con los ojos como platos.

—¡Y vosotros, a ver si aprendéis a tratar a las mujeres, pedazos de escoria! Un «no» es un «no». Que esto les sirva de lección.¡Llévenselos! —digo bien indignada. Hacía mucho que no me sacaba de onda de esta manera. Y eso me pasa por pensar en ese hombre que me trae de cabeza desde que lo conocí. Bufff...

—Amiga...mmm..., ¿ee... estás bii... enn? —dice Sam temerosa.

—Perfecta, Sam. Nada como una buena descarga de adrenalina —digo levantando mis hombros.

—No sabía que peleabas... —La noto contrariada.

—No peleo, Sam, es defensa personal. Todas las mujeres deberían saber algo de eso, así no habría tantas maltratadas y sometidas en el mundo —digo con rabia, y luego me arrepiento al verla a los ojos.

—En eso te doy la razón, pero verte en ese estado y la expresión de tu rostro me han asustado. No parecías tú. —Si eso te ha asustado, cuando sepas quién soy te meas encima.

—Pero era yo, así que ya sabe a lo que se atiene el que desee meterse conmigo. —Sam comienza a reírse con muchas ganas y la verdad no sé por qué.

—Eres lo máximo, amiga, y una cajita de sorpresas... ja, ja, ja, ja... —Ríe y giro los ojos, no le veo la risa.

—Mientras tú te sigues riendo a mi costa yo me retiro que mañana tengo que estar a primera hora en la clínica y no quiero más problemas por hoy. —Sin mediar palabra cojo mis cosas y me voy a casa. Ha sido un día raro y más cuando sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo, como si alguien no dejara de observarme. Creo que estoy paranoica.

Los secretos de mi esposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora