Con piel de cordero. Parte II.

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Creí que atracaríamos en La Ciudad, pero el lugar en el que tocamos tierra no se parecía en nada a aquel en el que había "vivido". El barco había llegado a un pequeño muelle. Bajé por la trampilla seguida muy de cerca por Lester, que vigilaba cada uno de mis pasos. No éramos los únicos que descendíamos por la rampa. 

En breves segundos, un pequeño tumulto se arremolinó al final de la misma. La verdad es que esperaba que Jerome pudiera escapar. No volveríamos a tener una oportunidad así en quién sabe cuánto tiempo. 

—Llegas tarde —dijo Elora en cuanto me vio. Sorprendentemente, no vestía de época, sino con un ajustadísimo vestido dorado, mucho más apropiado para una alfombra roja. Su cabello estaba recogido en un elegante moño bajo y, al contrario que yo, brillaba a causa de unos enormes pendientes. Me recordó a la primera vez que vi a Lisange vestida del siglo XVIII y la sensación sobrecogedora que su belleza produjo. Pasé por su lado y añadió—: ¿Sabes lo que le ocurrirá a tu amigo si intentas algo, verdad? 

—¿Cómo sé que Valentine no le hará nada? 

—No lo sabes, pero no lo hará. 

Por algún motivo, eso no me tranquilizó. 

—¿Dónde estamos? —pregunté, mientras Lester ocupaba el asiento delantero. 

—Muy lejos de cualquier lugar que conozcas. —Se agarró los bajos de su vestido y se detuvo frente al hombre que abría la puerta de un coche largo y oscuro, con líneas sobrias y alargadas y cristales tintados—. Entra —me ordenó. 

Saber que no estábamos en La Ciudad convirtió mi expectación en una sensación más parecida a un escalofrío. ¿Y si no había sido una buena idea? 

Ladeé la vista hacia el barco por última vez, pensando en Jerome y entré en el coche. Ella me siguió y el golpe sordo de la puerta al cerrar trajo consigo un incómodo silencio. Dentro olía a cuero viejo y a algún producto de limpieza que ni el perfume de Elora, ni el olor del conductor pudieron camuflar. Así de intenso era, mucho más ahora que me había alimentado y que mis sentidos se esforzaban por hacer gala de todo lo que podían mostrarme. 

El vehículo se puso en marcha entonces, siguiendo a otro que no había visto antes. Supuse que Hernan iría en él. El barco se hizo cada vez más y más pequeño a través de la luna trasera conforme nos alejábamos, hasta que, finalmente, desapareció, oculto tras la vegetación. Mi corazón no latía, pero sentía la misma sensación de nerviosismo de un golpeteo acelerado dentro de mí. Elora tamborileaba con los dedos contra el marco de la ventanilla, pero mantenía la vista clavada al frente, con la barbilla alzada y los ojos ligeramente entrecerrados. No pensaba preguntarle nada ni mantener ningún tipo de conversación con ella. Lo único que deseaba era salir corriendo de allí, pero fue ella quien habló. 

—Una lástima lo de esa llave —dijo, de pronto. 

Mis pensamientos frenaron de forma tan brusca que incluso yo misma me sorprendí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo en cuanto pensé en él. Mi cuerpo reaccionó de manera tan extraña a ese pensamiento que me sorprendió. 

—¿Qué crees que opinará él de lo que hiciste con Hernan? —Lo dijo sin más, sin ni siquiera dignarse a mirarme. 

Yo ladeé la cabeza hacia ella.

—¿Qué quieres decir? 

Entonces, me devolvió la mirada con una sonrisa en sus perfilados labios como única respuesta. El significado oculto en ese gesto no me gustó ni un pelo. Estaba leyendo mis recuerdos, lo sabía. 

—No eres muy lista, ¿verdad? 

—Explícamelo. 

—¿Y perderme el placer de contemplar cómo tú misma lo descubres? —Chascó la lengua—. No lo creo. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora