«La inmortalidad solo tiene sentido si encuentras la razón para vivirla»

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Con la aparición de Christian en la cocina unos días atrás, la ilusión me sobrecogió en un primer momento, pero, con el paso de los días, fue desvaneciéndose para dar lugar a la amargura.

Durante todo el tiempo que no había estado a mi lado, intenté convencerme a mí misma de que aquello era lo mejor para ambos, sobre todo para él, porque debía admitir que yo era una carga, pero verle de nuevo, allí, ante mí, había hecho que perdiera el control sobre mis propios pensamientos: ya no sabía qué era lo mejor ni lo que mi cuerpo me pedía a gritos. Deseaba encontrarme con él de nuevo, sí, pero también temblaba ante la perspectiva de volver a sufrir; ya había tenido suficiente y no necesitaba más. También existía la posibilidad de que él no quisiese solucionar nada; quizá quería sonsacarme información sobre el incremento de guardianes o burlarse de mí o, tal vez, lo peor, decirme que realmente estaba mucho mejor así y que estábamos haciendo lo correcto. Mi cabeza era un auténtico hervidero de emociones.

A pesar del conflicto que vibraba sin descanso en mi interior, esperé y desesperé pero Christian no llegó; estaba dolida, pero eso no evitaba que le echara de menos. Poco a poco empecé a darme cuenta de que, por desgracia, mis sentimientos hacia él no habían cambiado a pesar de lo sucedido esa noche. Había intentado mentalizarme de que no volvería a verlo y, en cambio, cuando apareció por la puerta de la cocina todo se me vino abajo. Oír de sus labios que vendría a buscarme había sido lo único que me había consolado esas últimas noches. He de reconocer que muchas mañanas me sentaba junto a la ventana esperando a que su coche aparcara junto a la puerta e imaginando cómo sonaría la excusa que me pondría por todo lo que me estaba causando, pero su flamante vehículo no aparecía. A veces, la impotencia me incitaba a que lo buscase yo, pero no sabía si era lo mejor ni cómo reaccionaría. Sin embargo, en mi mente comenzó a forjarse el temor de que se hubiera arrepentido y decidiera no volver. A pesar de cómo me había destrozado el poco orgullo que tenía, aún no me había acostumbrado a que no estuviese cerca y todo lo que había conseguido durante los últimos largos e interminables días se había desvanecido. Aún así, no sabría decir a quién detestaba más, si a él o a mí, por haber dejado que todo aquello me sucediera. Pero la tensión era tan palpable en casa que necesitaba con urgencia su presencia, que algo en mi «vida» volviese a ser como antes. 

Lisange salía a la calle a primera hora de la mañana, con casco y botas altas, y no regresaba hasta poco antes de que el sol se ocultara. Liam decía que cuando ella pasaba por un mal momento se iba a montar a caballo para poder pensar y desahogarse, pero el hecho de que no estuviera nunca en casa hacía que me sintiese realmente sola. Ahora que Flavio no estaba con nosotros, ya no había nadie con quien pudiese compartir cómo me sentía. Liam, en cambio, se aislaba en su habitación, y eso me preocupaba muchísimo porque daba la sensación de que se estaba encerrando en sí mismo, como si ya no le encontrara el sentido a seguir viviendo, y tampoco sabía cómo ayudarle.

Yo me culpaba por haberles ocultado las palabras de Helga; había sido una peligrosa imprudencia. No podía evitar pensar que tal vez yo tuviera parte de culpa en la muerte de Flavio y eso me torturaba lentamente. Él había sido como la figura paterna de mi nueva existencia, el único padre que había conocido, pero ya no volvería a verlo nunca, sus profundos hoyuelos no me acogerían ni me animarían una última vez... Me sentía fuera de lugar, como si todo aquello que era mi mundo se hubiese desvanecido y ya no quedasen más que los escombros; estaba, de nuevo, perdida, y en gran parte, era por mi culpa.

Días después de que regresáramos, mientras esperaba impaciente que el coche de Christian apareciera por el recodo de la calle, oí unas notas agudas en el aire que invadieron todo el espacio. Formaban una melodía muy melancólica que provocó que algo en mi interior se conmoviera. En casa solo quedábamos Liam y yo. Salí de mi habitación y busqué el origen de aquellos dulces sonidos caminando más sigilosa de lo normal y deleitándome con su música. No reconocí la canción, pero era preciosa, capaz de hacer llorar incluso al ser más insensible, aunque yo no pudiera, no con lágrimas al menos.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora