En la boca del lobo. Parte 2

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Ambos nos quedamos en silencio. Pasar un día entero al lado de Christian era esperanzador. Era algo especial, quizá por ese profundo deseo de volver a la «normalidad». Echaba en falta un poco de estabilidad para encontrarme a mí misma después de todos los cambios bruscos que habían rodeado a la familia en las últimas semanas, aunque, en mi caso, desde que Christian se marchó. ¿Quién me hubiese dicho entonces que ahora estaría con él y que se había ido precisamente porque me quería? Lo que más rabia me daba era que hiciera falta que ocurriera algo como lo de Flavio para que él se decidiera a volver y darme una explicación.

¿Y si no hubiera sido así? ¿Me lo habría dicho algún día? Seguramente a esas alturas yo habría renunciado ya a todo mi orgullo y dignidad y habría acabado plantándome frente a su casa, aporreando la puerta a la espera de que volviera a mirarme a los ojos para decirme todas las palabras que ha- rían que me olvidara de él para siempre; sin embargo, sabía que yo no habría podido soportarlo. Me asustaba pensar qué estaría dispuesta a hacer entonces, ¿acudir a Hernan?

Sacudí la cabeza y volví a prestar atención a Christian para apartar esa duda de mi mente, pero, al hacerlo, me fijé en que él también parecía muy concentrado en algo, con el ceño fruncido y los brazos tensos.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sigo sin comprender por qué no me contaste nada de tu encuentro con Helga Lavisier. —De pronto parecía molesto.

—No estabas cuando ocurrió—le recordé—. Además, ¿a qué viene eso ahora?

—Excusas —respondió evitando contestarme—, has tenido tiempo desde entonces.

Chasqueé la lengua.

—Me olvidé.

—No puedes olvidar ese tipo de cosas —replicó.

—¿Qué más da? —Me crucé de brazos—. Gracias a los De Cote ya lo sabes.

—Lena, quiero que me cuentes lo que ocurre; no puedo protegerte si no lo haces.

—¿De qué? —Él guardó silencio—. Christian..., ¿protegerme de qué? —insistí.

—Solo quiero prevenir, no hay nada malo en eso. ¿Puedes hacerlo por mí?

Me resigné, no iba a conseguir nada. Me dejé caer de nuevo contra el respaldo y contemplé moverse el paisaje.

—Claro...

Sentí su mano tomar la mía con cuidado, pero no pronunció ni una palabra.

Poco después, aparcó frente a la entrada de su casa y me abrió la puerta con galantería. A la luz de la mañana se veía mucho más acogedora que la de los De Cote. Tenía un cuidado y crujiente césped, flores de colores, grandes ventanales con jardineras..., y estaba pintada de color blanco in- maculado, todo lo contrario a lo que se podría relacionar con una «familia» de grandes predadores. De hecho, era como una casita de muñecas moderna, lo cual era bastante perturbador. La de los De Cote invitaba a la gente a alejarse, pero, en cambio, la de él era completamente diferente; pare- cía la versión adinerada de la cabaña de la bruja de Hansel y Gretel, incitando a entrar en ella para ir directos a la olla. Titubeé al dar un paso más, pero lo hice. Christian me condujo a través de un caminito de piedra que llevaba al porche principal, con su mano entrelazada a la mía.

—A estas horas no habrá nadie, no te preocupes. Pre-

fiero mantenerte alejada de ellos.

El interior era muy moderno, minimalista, con gran- des espacios, formas extrañas y escaso mobiliario, al menos así era el vestíbulo en el que me encontraba y el brillante salón en tonos blancos y negros que se podía ver a través de sus puertas abiertas. Pero, sin embargo, lo que más destacaba era que no había signos de vida en ella; ni un libro fuera de la estantería, ni unas llaves colgadas junto a la puerta; pare- cía la típica casa piloto de una inmobiliaria. La fragancia de Christian lo embriagaba todo; de hecho, los objetos habían perdido sus aromas particulares y habían adquirido el suyo y el de alguien más que no reconocí. Esa era la única prueba que existía de que habitaba alguien allí.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora