Eternidades cruzadas

277 39 1
                                    

Pasaron tres días y no volví a ver a Jerome, lo cual fue extraño. Nuestra conversación no había terminado bien, pero no había sido tan intensa como para desaparecer tanto tiempo. Tampoco vi a Lisange, ni a Christian en esos días. Solo Liam se había dignado a aparecer y a hacernos compañía a Reidar, a Gareth, que ya se había recuperado por completo, y a mí. 

—Parece que está mejor —anunció Liam cuando apareció por la puerta. Gareth y yo jugábamos a un improvisado ajedrez de piedras del campo junto a la ventana más grande y Reidar controlaba la entrada de la casa. 

—¿Qué significado tiene "mejor" en un gran predador?—preguntó mi contrincante. 

Liam tomó asiento en el raído sillón antes de contestar. Tenía los ojos semiabiertos y su rostro parecía tremendamente agotado. 

—Tengo la esperanza de que continuará adelante. 

—¿Cómo gran predador? —pregunté yo. 

—Sí. 

—¿Y desde cuándo eso es una buena noticia? —soltó Reidar desde la entrada girándose hacia él. 

—Es una buena noticia desde el momento en que la opción de arrancarse el corazón se convierte en un deseo más que en una necesidad. 

—Es un avance —me aseguró Gareth al ver mi cara de horror. 

—Sí, excepto que luego ese deseo desaparecerá para sustituirlo por crueldad hacia los humanos y hacia todos nosotros. 

—Christian no te ha tocado —le dije—. No creo que debas temer nada con Lisange. 

—No temo a Lisange, por supuesto que no. No va a hacerme daño pero se lo hará a sí misma, a lo que ella es. ¡Ni siquiera ha querido verme! —Dio una patada a la pared y salió de la casa, sin decir nada más. 

Bajé la mirada. Estaba de acuerdo con él. Un segundo más tarde, la desvié hacia la ventana. El día era extraño. Una luz ocre cubría todo el ambiente. Ni un leve soplo de aire mecía las copas de los árboles o los arbustos e incluso los sonidos, ahí fuera, parecían más bajos. No como si hubiese un guardián cerca, sino como si la naturaleza entera durmiera. Las nubes del cielo vaticinaban que pronto llovería... 

—No debería estar solo —sentenció Liam poniéndose en pie y siguiendo la ruta del guardián—. No ha de acercarse a ella. 

Dicho esto desapareció. La verdad es que no podría decir si nos hablaba a nosotros cuando se marchó o si toda la presión de los últimos acontecimientos estaba empezando a hacer mella en el cabeza de familia. Pero en ese momento vimos pasar, un poco a los lejos de la ventana, a Lisange, acompañada de Christian.  Llevaba la misma ropa que había utilizado para ir tras Hernan, ahora hecha harapos y el pelo enmarañado se había vuelto cano en varias partes. Sin embargo, su mayor cambio no residía en su físico... 

—No sonríe... —dije para mí misma. 

Obviamente no esperaba que lo hiciera en un momento así, pero la sonrisa y el brillo infantil en sus ojos la caracterizaban tanto que era impactante verla sin un ápice de ellos. Era como contemplara una persona radicalmente diferente. 

—Ha perdido mucho —respondió Gareth con sinceridad, siguiendo la dirección de mi mirada—. Luchó, puso todo lo que le quedaba en ser como nosotros y lo ha perdido. 

—Pero podrá volver a serlo, ¿verdad? 

Él guardó silencio durante un incómodo segundo. 

—Me temo que no, Lena. Esa fuerza solo se tiene una vez. 

Esta vez, fui yo quien dejó pasar el tiempo antes devolver a hablar. 

—Fue por mi culpa. Intentaba protegerme. —Alcé la vista hacia él—. ¿Lo sabías? 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora