Un mazazo de realidad. Parte 1

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Al día siguiente, desperté sola. El sol no estaba en lo alto sino que parecía haber empezado su descenso hacia la noche. Estaba tan cansada que había dormido hasta avanzadas horas de la tarde. Alertada, me levanté de un salto y fui a buscar a Liam. No sabía cómo estaría. Lo busqué por toda la casa hasta encontrarlo en la cocina, tranquilo y paciente. Nada más verle, esbozó la más increíble de sus sonrisas y, por un momento, lo olvidé todo. Ahí, frente a mí, tenía al auténtico Liam, al chico de apariencia principesca que había conocido justo en ese mismo lugar. Estaba sonriente, pulcro y arreglado, incluso su aroma era casi el de antes; aunque aún tenía aspecto cansado y en sus manos y en la parte baja del cuello todavía podían apreciarse esas horribles manchas grisáceas.

—Te veo genial. —exclamé.

—Estoy en deuda con vos. —Se acercó y tomó mi mano, besándola como hacía tiempo.

—Me alegra haber podido ayudarte. —Sus anticuadas costumbres siempre conseguían «ruborizarme».

—No soy el único que hoy debe alimentarse. —Señaló la ronchas de mis manos—. ¿Habéis dormido bien?

—No sé si he dormido o si me he quedado inconsciente, sin más —reconocí, apartándome y ocupando una de las sillas que rodeaban la mesa—. Liam, necesito que me respondas algo: ¿provocamos dolor físico a los humanos cuando nos alimentamos de ellos? —pregunté preocupada. Él me miró extrañado y negó con la cabeza. Yo guardé silencio durante un par de segundos—. Cuando te alimentaste de mí, vi cosas, fragmentos de sueños... y sentí dolor.

—¿Por qué no me detuvisteis?

—Creo que es la noche que morí. —Lo miré con ansiedad—. ¿Es eso posible?

—La mayor parte del tiempo, los sueños son solo eso, sueños. No debéis concederles más importancia de la que tienen.

—Pero, ¿y si estoy recordando?

—No existe ninguna pauta que revele cuándo vamos a recuperar esos momentos, Lena, pero me atrevo a juzgar que aún es pronto.

—Parece que siempre voy en contra de lo que todos esperáis.

—Eso no es necesariamente malo.

Tomé aire, sientiendo el pecho pesado y doloroso. No sabía si quería recordar eso, pero era lo más cerca que había estado hasta el momento de conocer algo auténtico sobre mí. Me aclaré la garganta y me resigné.

—Deberíamos irnos ya, aunque no sé si es lo más seguro. No te lo vas a creer pero La Ciudad está irreconocible.

—Lo sé, Lisange me lo contó.

—¿Qué ocurrió? —pregunté.

—Hubo una huida masiva de cazadores —explicó—. Se rompió el equilibrio, o estuvo cerca de hacerlo. Sin caza- dores, los guardianes no podían cazar, así que también se marcharon. Estaban totalmente desesperados, tanteaban la casa al menos tres veces diarias. Cuando los guardianes se fueron, vino una horda de grandes predadores, descontrolados. —Hizo una pausa para coger un poco de aire—. El equilibrio se creó para ellos. Los humanos temen todo aquello que les produce dolor, por eso se esfuerzan en evitarlo, pero al no haber cazadores que les recordaran ese dolor, lo olvidaron. Los guardianes tampoco podían interceder para moderarlo, de modo que quedaron los grandes predadores y la venganza y tentación que producen en ellos.

—Nunca he visto que despierten en ellos venganza, pensé que sería un dolor mayor.

—Lo normal es que se alimenten de ellos hasta el punto de dejarlos inconscientes. Otras veces acaban con ellos, provocando la venganza en otras personas. El equilibrio es muy delicado, Lena, y esta ciudad hace tiempo que está completamente perdida.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora