«La inmortalidad solo tiene sentido si encuentras la razón para vivirla» Parte 2

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 Me levanté como si de pronto la silla quemara y me apresuré a acudir a su encuentro. Liam sostenía la puerta con pesar y allí, por fin, estaba él, con las manos metidas en los bolsillos y el rostro contraído en una extraña expresión que no pude descifrar. Me dirigí hacia él obligándome a mantenerme firme, a no mostrar las ganas que sentía de abrazarle.

—Gracias, Liam —le agradeció con una leve inclinación de cabeza.

—Un placer —respondió de manera monótona.

Me despedí de él y Christian puso una mano en mi espalda al tiempo que me dirigía hacia su coche, pero en vez de detenerse lo pasó de largo, de forma que paseamos por la calle a pesar del calor asfixiante. Entramos un poco en el bosque, lo suficiente para quedar ocultos del resto de la gente, y cuando digo «gente» me refiero exactamente a los De Cote. Estaba segura de que no estarían mirando por la ventana ni nada por el estilo, pero respetaba la decisión de Christian de alejarnos lo suficiente para que sus oídos no pudieran captar nuestras palabras.

Ninguno de los dos hablaba. Mi euforia por su llegada estaba disminuyendo cada vez más al ver su actitud. La última vez que habíamos estado a solas había partido mi inerte corazón en mil pedacitos y la herida aún sangraba, más ahora con su cercanía. Su aroma volvió a invadirme, como hacía siglos que no ocurría y mi respiración se aceleró; hacía tanto tiempo que deseaba volver a sentirle...

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó al fin.

No sabría describir su tono de voz; era extraño y parecía tenso. Puede que estuviera tan incómodo como yo con toda esa situación.

—Creí que no querías volver a verme —le encaré.

Me arrepentí de haber pronunciado esas palabras, porque en realidad solo quería lanzarme a sus brazos y agradecerle una y mil veces que hubiera regresado, pero en esos últimos días parecía que obedecía más al lado racional que al emocional.

—No, Lena, dije que quería que me conocieras, creí que era necesario.

—Lo que yo creo es que eso no tiene nada que ver.

Nunca antes te ha preocupado ese asunto.

—Hay cosas que han cambiado.

—Sí, es verdad —afirmé intentando sostenerle la mirada, pero no fui capaz—. Me quedó muy claro qué es lo que piensas.

—Lena...

Tomé aire y continué.

—Christian, he pensado mucho sobre eso y si es lo que quieres lo acepto, no te molestaré más, no tienes ninguna obligación conmigo.

Dios, ¿por qué narices estaba siendo tan tonta? ¿Por qué estaba apartándole de nuevo de mi lado? ¿Acaso no había regresado? Él estaba ahí, esperando para hablar, quizá para intentar darme una explicación de lo que ocurrió ese día o tal vez para terminar de zanjarlo todo, y yo me estaba comportando como una estúpida. De pronto, me asusté. Tenía miedo, temía que me hiciera daño, y no me refería a que pudiera matarme, sino a mis sentimientos.

—Si lo que querías era que me adaptara, lo has conseguido —comencé de nuevo, concentrada en contemplar mis manos, retorciéndose sobre mi regazo—. Es posible que la culpa sea solo mía; nunca debí haber dejado que mis emociones corrieran por libre, creo que en ese aspecto sigo siendo...

¿cómo me llamaste? Ah, sí, humana, una humana tonta y estúpida que...

Un golpe de ira brotó en mi pecho al recordar todo lo que me había dicho aquella noche, todas las frases que me habían causado dolor y que, en el fondo, sabía que no merecía. Pero cuando fui a acabar la frase, cuando estaba a punto de decirle cuánto detestaba ser tan frágil con él, me puso un dedo en los labios, sellándolos. Levanté con miedo la vista para enfrentarme a la fuerza de sus poderosos ojos.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora