La magia no existe

6.8K 1K 105
                                    

La magia no existe

Lisange retrocedió un paso para contemplar su obra, sonrió y aplaudió emocionada.

La verdad es que cuando habló del siglo XIX no me imaginé exactamente a qué época se refería. El vestido era blanco y de muselina, de esos de talle alto y escotado que se solían llevar con guantes que llegaban por encima de los codos en la época de historias como Orgullo y Prejuicio.

He de admitir que cuando me lo enseñó me gustó más de lo que esperaba; era sencillo, sin grandes ornamentos, y eso me encantaba. Algo que no le perdonaría en la vida es que me obligara a ponerme un corsé. Me dijo que no tenía razón para quejarme, porque respirar ya no era necesario, y no pude rebatir esa respuesta. De todos modos, aseguró que se lo agradecería cuando viera el resultado final.

Me cubrió los ojos antes de dejar que me viera en el espejo y los destapó con un voilà y una enorme sonrisa. En ese momento comprendí el significado de la palabra narcisismo. Resultaba difícil de creer que la chica del reflejo fuera la misma que me había recibido esa mañana en mi habitación.

Parpadeé un par de veces y continuaba estando ahí, mirándome con unos perfectos ojos negros.

Lisange había cuidado cada detalle, desde los zapatos casi planos con lazo hasta el elaborado recogido al estilo griego que había hecho entrelazando todo mi pelo con pequeñas piedras de circonita. Ese era el único complemento que llevaba, ni collares, ni pendientes, ni pulseras, solo esa discreta decoración en el peinado y una cinta de seda rosada bajo el pecho, que rodeaba el talle y caía libre por la parte trasera del vestido. También había insistido en el tema del maquillaje, pero, por suerte para mí, lo único que había hecho era ponerme un poco de colorete en las mejillas (puesto que pellizcarlas ya no servía de nada), resaltar los ojos y aumentar ligeramente el tono de mis labios; todo de forma muy natural.

—Estás perfecta —me dijo, uniéndose a mí, frente al espejo.

—¿Cómo lo has hecho?

—Siglos de experiencia en el sector —se burló.

—Tienes que enseñarme a hacer estas cosas.

Pronunció más su sonrisa; que yo le pidiera eso significaba que estaba más que satisfecha con su trabajo y proporcionaba la perspectiva de muchas tardes de trucos de belleza. Me miré de perfil y abrí mucho los ojos; el vestido era demasiado escotado para mi gusto, pero debía admitir que ese corpiño ceñido había sido una gran idea.

—Vaya, es increíble —admití.

—No importa el tiempo que haya pasado, siguen quedando francamente bien. Por suerte, siempre nos quedarán estas ocasiones para desempolvarlos.

Sonreí. Parecía que incluso había crecido unos cuantos centímetros.

—Sigue deleitándote con tu reflejo mientras yo me preparo.

No la oí marcharse, ni tampoco regresar media hora más tarde.

—¿Qué te parece?

La miré e, inmediatamente después, me arrepentí.

Fue aún peor de lo que me había imaginado. Si mi traje era sencillo, el suyo era todo lo contrario. Llevaba una cinta rodeándole el cuello y unos adornos colocados en la pequeña torre que había hecho con su pelo. ¿Cómo había conseguido hacerse ella sola semejante peinado?

—Tú has hecho algún tipo de pacto secreto para ser así —le reproché—, no es humanamente posible tener ese aspecto.

Se encogió de hombros.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora