Dai se sentó en el borde de la bañera mientras Mary tomaba el botiquín del mueble bajo el lavadero. La mujer fue hacia él como si estuviera cargando algo muy frágil entre las manos. Se sentó a su lado, se enguanto las manos y comenzó con ese acto ceremonioso que fue curar el pequeño corte que hizo su puño en el labio de su esposo. Era una cosa pequeña, diminuta en realidad, pero el hecho de sanar esa herida tenía una connotación especial. Era una disculpa. Mary no quiso lastimar a Dai, pero no pudo evitar hacerlo. Estaba mal y todo eso, sin embargo, en ocasiones es inevitable lastimar a las personas.En el muro del costado de la bañera, arriba, había una pequeña ventana con un cristal color anaranjado. La luz de la calle entraba por ahí bañando todo con un tono bermellón que le daba una atmósfera tostada al lugar. El piso de piedra, los muros cubiertos de cerámica y las plantas colgando del techo y el estante, parecían ser parte de una imagen capturada en las antiguas películas de las cámaras fotografícas. Una escena añeja e inmóvil en que sus protagonistas parecían fuera de tiempo. Durante esos minutos, Mary no dijo una sola palabra. Dai tampoco. Había allí un silencio abismante y sin embargo, no era pesado o molesto para ninguno de los dos.
El baño ¿Hay un lugar más privado en la casa que el baño? Para Mary no. Muchos van a meditar a sus cuartos al jardín, Mary lo hacia allí. Donde nadie podía entrar sin tocar la puerta y donde el mundo quedaba atrás, lejos. Era el baño una burbuja de realidad. Un descanso a lo cotidiano. Quizá por eso lo llevo allí. La verdad no reflexionó al respecto, pero quería estar con él ahí.
Dai la miraba con atención. Mary nunca se sentiría halagada por tener su interés. Desde su perspectiva ella fue sólo la mejor opción entre las tres que tenía Dai. De haber él podido mirar más allá de su familia, con toda certeza, hubiera escogido a otra mujer. Sucedió que estaba obligado a decidir entre ella y su madre nada más. Pero eso no era del todo verdad. Ella gustaba de la soledad y la monotonía era algo que podía romper con facilidad, sin embargo, tampoco era algo que le disgustara. Tenía paciencia cuando se trataba del mundo y no de las personas. A su vez entendía a la gente y la forma en que el mundo funcionaba. Podía parecer que resaltaba lo negativo, pero quién lo creyese no estaba poniendo atención. En resumen su temple era bastante compatible con el de él pese a la pasión que ella tenía por dentro y que en ocasiones podía nublar su buen juicio. Pasión, deseos ardientes que queman todo a su alrededor cuanto se desatan ávidos de alimentarse y avanzar hacia su objetivo. Pasión era algo que Dai, no tenía y ella sí. Ese rasgo problemático era lo que más le gustaba de ella y bien sabía que lo que más le gustaba a ella de él, era lo contrario: su pasividad. Demasiado fuego puede calcinar el propio horno en que arde, demasiada pasividad puede endurecer su contenedor hasta romperse. Ella no era sólo la mejor opción, verdaderamente le agradaba y en este mundo la necesitaba más allá del contrato con su familia. Realmente la quería y egoísta como un niño que por primera vez tiene algo que anhelaba en sus manos, era celoso de ello. Sin embargo, en el fondo, allá abajo, en lo más profundo de su ser también le tenía cierto resentimiento. No a ella en realidad sino a su sangre, pues durante su servidumbre fue humillado tantas veces que acabaron por hacer fisuras en su ser. Él no era más un ángel impoluto, pero no se lamentaba por ello.
-Termine- exclamó Mary y apartó la pálida mano de su rostro.
A la luz bermellón la piel de Mary lucía como la arena. Pero no se desmoronó con el toque de sus dedos, uno que a ella la tomó por sorpresa.
-Nunca me dijiste tu deseo de algo improbable- le dijo cuando ella intentó apartarse- Y confieso, lo desconozco. No puedo imaginarlo tampoco.
-Mucho me has observado, pero es obvio que no sepas esa respuesta, pues jamás se lo he comentado a alguien. Te lo había dicho ¿No?- le dijo la muchacha mientras se ponía de pie para ir a guardar el botiquín.
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Tomates azules.
FanfictionElla heredó una casa, tierras y un mayordomo con muchas peculiaridades, entre ellas el secreto de su familia.