C A P Í T U L O 29

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Ya han pasado un par de días desde la cena familiar en la casa de los Lobato.

Dos días en donde Nico sigue sin saber qué decirle a la flor.

¿Por que es tan complicado saber qué quiero?

Se cuestiona, viendo con desinterés cómo cae el agua con la que riega al causante de su estado.

Todos los demás tenían claro qué desean, ¿Por qué yo aún no?

Sólo... Sólo tiene una oportunidad.

Una.

Eso le preocupa.

Sólo tiene una oportunidad y si llega a dudar, o mentir, aquel pequeño capullo morirá.

Morir...

No quiere que muera.

No quiere que pague por su inseguridad.

Por su culpa.

Su culpa.

Un malestar en el pecho lo hace detener el regado, obligándolo a apoyarse sobre la mesita donde reposa la pequeña maceta para poder mantenerse erguido.

Respira hondo con lentitud intentando así apaciguar el dolor.

Odio esto. Concluye, en verdad odiando la forma dolorosa en que reacciona su cuerpo cada vez que siente algo que lo inquieta.

¿Será así cómo se sentirá su hermano gracias a su empatía?

Debería preguntarle luego de...

No termina su pensamiento, el sonido chillón del juguete de hule de Ember lo interrumpe, seguido de las pisadas rápidas de ésta junto a pasos humanos igual de apresurados, haciéndole saber la pronta llegada de visitantes, los cuales no tardan en atravesar la puerta entre abierta de su habitación causando un alboroto inmediato.

Hogar, dulce hogar.

—¡Ember, quieta! —ordena Finn, llegando trás la perrita, dejando ambos un camino húmedo. La can gracias su pelaje mojado y el chico debido a lo empapada que está su ropa.

Debió verlo venir.

Hace exactamente media hora Finn llegó bañado en lodo junto a Ember después de un pequeño paseo que no terminó muy bien. Nico se había ofrecido a bañar a la cachorra para que el menor pudiese asearse por su lado, pero éste insistió en bañar a su nueva mascota él mismo a pesar de las advertencias de su hermano. Al final terminó cediendo y bueno... Lo demás es historia.

Ahora se encuentran ambos luchando por detener a la perrita aún mojada, la cual parece creer que se trata de alguna clase de juego de atrapadas y no planea perder ante ellos.

—¡No! —exclaman al unísono, pero es tarde, la cachorra ya se encuentra sacudiéndose en medio del cuarto, mojando todo lo cercano a ella.

Ósea, ellos.

—Bueno... Al menos tú ya estabas mojado —exhala Nico, quitándose con la manga de su camisa el agua que le alcanzó el rostro—. Te dije que era difícil.

—Creí que sólo estabas exagerando porque la tuviste de cachorra y a esa edad son inquietos —se defiende el ojiverde, atrapando por fin a la perrita aprovechando que se a echado a descansar después del pequeño "juego".

—Tecnicamente sigue siendo una cachorra ya que aún no cumple el año —señala el mayor, uniéndose con ellos en el suelo para ayudar sujetándola para poder secarla bien.

Natura: Et Animam MeamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora