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Desde lo sucedido con Kaoru aquel día en su habitación, Kojiro podía asegurar que la actitud del otro hombre se había vuelto más caprichosa, más malcriada y hasta... hostil. Además de que las cosas empeoraron cuando Kaoru recibió una llamada de su padre avisándole que no regresaría hasta dentro de unas cuantas semanas más. La reacción de Kaoru no había sido la mejor de todas. Incluso su celular había sufrido las consecuencias de su enojo, rabia y tristeza.

Y ahora, siendo las diez de la mañana, con el sudor en su esbelto cuerpo, y con la mente cuadriculada y fría, Kaoru estaba haciendo unos cuantos ejercicios y posturas de yoga para despejar su mente.

Kojiro también estaba en el gimnasio junto a él. Mientras que Kaoru hacía sus ejercicios, Kojiro utilizaba una prensa de piernas para fortalecer sus cuadriceps, femorales y glúteos.

No obstante, su vista nunca se alejaba de Kaoru. Era imposible para él hacerlo.

Sin embargo, en cuestión de segundos, Kaoru dejó de hacer sus ejercicios y se volteó hacia Kojiro.

Kojiro tragó grueso y detuvo lo que estaba haciendo cuando Kaoru se le quedó viendo con seriedad.

—Y-Yo...

—Iré a la mansión Shindo —dijo Kaoru mientras tomaba unos cuantos sorbos de agua de su termo morado —Alista el auto.

Kaoru, sin permitirle a Kojiro pronunciar alguna palabra, salió del gimnasio. Kojiro solo soltó un suspiro e hizo lo que el otro le pidió.

Si bien sabía que era su trabajo y su deber cuidar de él, se le estaba haciendo demasiado difícil lidiar con su actitud. Era consciente de que su temperamento era fuerte y dominante, pero con esa cara tan bonita y bien cuidada, era casi imposible de creerlo.

Media hora después, Kaoru salió de la mansión. Y Kojiro, quien lo esperaba afuera con el auto ya listo, sintió cómo sus manos empezaban a sudar y sus latidos cardíacos aumentaban a un ritmo casi anormal. Tuvo que sostener su pecho y respirar profundo para controlarse.

El de cabellos rosados siempre vestía kimonos elegantes y finos, además de sus yukatas, claro. Pero Kojiro nunca lo había visto con prendas más... occidentales. Kaoru estaba vestido totalmente de negro y con cuero; su chaqueta, pantalones y botas eran de ese mismo color y material. Lo único diferente era la prenda cuello de tortuga que tenía debajo de la chaqueta, además de los accesorios que Kojiro no dejaba de observar.

"Maldicion, que bien se le ven esos piercings". —pensó Kojiro mientras miraba cada uno de ellos. Su favorito, sin duda alguna, era el de su labio.

—¿Me harás esperar todo el día o me abrirás la puerta del maldit0 auto, gorilita?

Y sí, otra cosa que había cambiado con el pasar de los días era el apodo que le tenía Kaoru a Kojiro. Paso de ser "grandulón" a "gorilita"

A Kojiro ciertamente no le importaba mucho cómo lo llamara. Era un apodo hasta divertido. Sin embargo, lo acongojaba y hacía sentir inquieto su trato hacia él. Quería explicarle lo que realmente había sucedido, en verdad que sí. Pero era demasiado difícil cuando Cherry no lo dejaba hablar sobre el tema.

Los brazos de Kaoru se cruzaron y su pie presionó el suelo con firmeza; impaciente y demandante —¿Y bien?

Un suspiro salió de los labios de Kojiro, yendo hacia la puerta de la parte trasera del auto y abriéndola —Adelante —hizo un ademan para que entrara.



El silencio en el auto había sido una tortura para Kojiro. Una que pudo más o menos alivianar con el sonido de la radio.

Al estacionar el auto, Kaoru abrió la puerta y salió rápidamente de este. Kojiro le siguió el paso y caminó detrás de él.

The bodyguard and the pink rich boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora