EPILOGO

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A Choi San no le gustaban los niños. Eran ruidosos, desagradables y llorones: cualidades por las que no tenía paciencia.

Curiosamente, cuando era su propia hija, esas cualidades eran de alguna manera entrañables en lugar de agravantes.

—Sinead —dijo con su voz más severa.

Su hija de tres años lo miró con sus grandes ojos azules y parpadeó inocentemente.

—¿Quieres jugar conmigo y Lola, papá?

San miró a "Lola", el pequeño robot de limpieza vestido con el vestido de Sinead, y mentalmente contó hasta diez.

—No, no quiero jugar. Esto no es una muñeca, querida. Es un droide para limpiar el polvo en tu habitación. Deja que haga su trabajo.

El labio inferior de Sinead tembló.

—¡Sé que no es una muñeca! ¡Es mi amiga! ¡No seas malo con ella, papá!

San se pellizcó el puente de la nariz y contuvo un suspiro.

—No me importaría que juegues con un droide, excepto que es el tercer robot de limpieza que convertiste en una muñeca. Tu habitación está sucia.

Sinead hizo un puchero y se volvió hacia el robot, decidiendo claramente ignorarlo.

Una risita hizo que San levantara la vista.

Wooyoung estaba apoyado contra la puerta, sonriendo ampliamente e irradiando diversión.

—Si la Asamblea tan solo pudiera ver al gran y terrible Gran Maestro Choi discutiendo con una niña de tres años, y perdiendo.

San lo miró no impresionado.

—Todo esto es tu culpa —dijo—. Ella heredó tus rasgos más encantadores: tu falta de respeto por la autoridad y tu propensión a poner mala cara y hacer berrinche si no te sales con la tuya.

—Tal vez —dijo Wooyoung, todavía sonriendo—. Pero ella también heredó tus rasgos más encantadores: tu tendencia a pensar que siempre tienes la razón y, por supuesto, tu capacidad de manipulación.

—Ella es una niña, Wooyoung. Ni siquiera sabe la palabra manipulación todavía.

Wooyoung resopló y se acercó, quitándose la bata gris.

—No seas ingenuo. Ella absolutamente lo sabe. Sabe que puede envolverte alrededor de su dedo meñique si solo abre los ojos y hace que sus labios tiemblen —Dejó un beso en la frente de Sinead—. ¿No es así, princesa?

Sinead parpadeó hacia él, todo confundida.

—No sé de qué estás hablando, papi.

Wooyoung se rio entre dientes.

—No soy tu papi, señorita. Esto no va a funcionar en mí. Ahora enciende los robots antes de que el monstruo de polvo venga aquí.

Sinead frunció el ceño.

—¿El monstruo del polvo?

Wooyoung asintió solemnemente.

—¿No te he contado la historia de una niña que no permitió que sus robots de limpieza limpiaran su habitación y todo el polvo en la habitación se convirtió en un monstruo de polvo gigante?

Sinead sacudió la cabeza con los ojos muy abiertos.

—Vamos, enciende los robots mientras te cuento la historia — dijo Wooyoung con una sonrisa, y Sinead obedeció rápidamente.

San se acomodó en el sillón y cerró los ojos, sumergiéndose en una meditación superficial. Parte de su atención estaba en Wooyoung contándole a su hija una historia extraña y ficticia. Una parte de él simplemente se deleitaba en los sentimientos de calidez, comodidad y afecto que se arremolinaban en la habitación, en sus lazos con Wooyoung y su hija.

Si hace una década alguien le hubiera dicho que esta sería su vida, habría hecho una mueca burlona y habría pensado que esa persona estaba loca.

Si hace veintisiete años alguien le hubiera dicho a su yo de quince años que el pequeño Príncipe con el que había sido cargado se convertiría en el centro de su mundo, tampoco les habría creído.

La vida era extraña de alguna manera.

—¿Qué estás pensando? —Murmuró Wooyoung, subiéndose a su regazo y besándolo suavemente en los labios.

San abrió los ojos y miró a los hermosos ojos de Wooyoung.

En ti, pensó, envolviendo sus brazos alrededor de Wooyoung y acercándolo. Más apretado.

Nunca podría abrazarlo lo suficiente.

Él presionó sus frentes juntas.

—Estaba pensando... que te amo, aprendiz mío —Las palabras que una vez le habían sido tan difíciles de decir salieron de su lengua con bastante facilidad. Había tenido años de práctica.

WooYoung sonrió.

—Soy un Maestro Acólito, San.

Él resopló.

—Siempre serás mi aprendiz.

La sonrisa de WooYoung se volvió más suave. Él juntó sus bocas y besó a San, su afecto, necesidad y felicidad llenaron su vínculo y marearon a San con el deseo de poseerlo. Suyo.

Él era suyo.

—Sí, Maestro. Siempre.















FIN

....Onde histórias criam vida. Descubra agora