1

732 57 29
                                    


 Marzo de 1820, Londres


... no diría que la vida es maravillosa, pero no es tan terrible. Hay omegas, al fin y al cabo, y donde hay omegas, seguro que lo paso bien...

De una carta de Jung Hoseok, Regimiento de Infantería 52, a su primo Seojoon, conde de Kilmartin, durante las guerras napoleónicas.



En la vida de toda persona hay un momento crucial, decisivo. Un momento tan fundamental, tan fuerte y nítido que uno se siente como si le hubieran golpeado en el pecho, dejándolo sin aliento, y sabe, con la más absoluta certeza, sin la menor sombra de duda, que su vida nunca volverá a ser igual.

En la vida de Jung Hoseok, ese momento ocurrió la primera vez que vio a Kim Taehyung.

Después de toda una vida de irles detrás a los omegas, de sonreír ladinamente cuando ellos iban detrás a él, de dejarse atrapar y luego volver las tornas hasta ser el vencedor, de acariciarlos, besarlos y hacerles el amor, pero sin comprometer jamás su corazón, le bastó una sola mirada a Kim Taehyung para enamorarse tan total y perdidamente de él que fue una maravilla que se las arreglara para mantenerse en pie.

Pero, por desgracia para él, el apellido de Taehyung continuaría siendo Kim sólo treinta y seis horas más, porque la ocasión en que lo conoció fue, lamentablemente, una cena para celebrar sus inminentes nupcias con su primo.

La vida era así de irónica, solía pensar cuando se encontraba de humor amable. Cuando se encontraba de humor menos amable empleaba un adjetivo totalmente distinto.

Y desde que se enamoró del omega de su primo no era frecuente que se encontrara de humor amable.

Ah, lo ocultaba muy bien, eso sí. No le convenía mostrarse triste ni abatido, porque entonces algún alma fastidiosamente perspicaz podría notarlo y, no lo permitiera Dios, hacerle preguntas acerca de cómo le iba la vida. Y si bien Jung Hoseok se enorgullecía, y no sin fundamento, de su capacidad para disimular y engañar (después de todo había seducido a más omegas de los que alguien podría contar, y se las había arreglado para hacerlo sin que ni una sola vez lo retaran a duelo), bueno, la amarga verdad era que nunca antes había estado enamorado, y si hay una ocasión en que un alfa puede perder su capacidad de mantener la fachada ante preguntas francas, probablemente era esa.

Así pues, se reía, se mostraba muy alegre y animado, y continuaba seduciendo a omegas, procurando no fijarse en que tendía a cerrar los ojos cuando les hacía el amor. Y había dejado de asistir a los servicios religiosos en la iglesia, puesto que no le veía ningún sentido ni siquiera a pensar en una oración por su alma. Además, la iglesia parroquial cercana a Kilmartin era muy vieja, databa de 1432, y seguro que las piedras, a punto de desmoronarse, no resistirían el golpe directo de un rayo.

Y si Dios quería hacer sufrir a un pecador, no podría haber elegido a otro peor que él. Jung Hoseok. Pecador.

Veía su nombre acompañado por ese adjetivo en una tarjeta de visita. Incluso la habría hecho imprimir (ese era justamente su tipo de humor negro) si no hubiera estado convencido de que eso mataría a su madre en el acto.

Bien podía ser un libertino, pero no había ninguna necesidad de torturar a la mujer que

lo dio a luz.

Era extraño que nunca hubiera considerado pecado la seducción de todos esos otros omegas. Y seguía no considerándolo. Todos habían estado bien dispuestos, por supuesto; es imposible seducir a un omega no dispuesto, por lo menos si se entiende la seducción en su verdadero sentido y se tiene buen cuidado de no confundirlo con violación. Tenían que desearlo, y si no lo deseaban, si él percibía, aunque sólo fuera un asomo de inquietud o duda, se daba media vuelta y se alejaba. Sus pasiones nunca se descontrolaban tanto que lo hicieran incapaz de apartarse rápido y decidido.

Silver Lining | hopevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora