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... lo amo con locura, ¡con locura! De verdad, me moriría sin él.

De una carta de Taehyung, conde de Kilmartin, a su hermano Kim Beakhyun, una semana después de su boda.



—Tengo que decir, Taehyung, que eres el futuro padre más sano que han visto mis ojos en toda mi vida.

Taehyung sonrió a su suegra, que acababa de entrar en el jardín de la mansión en Saint James que ahora compartían. Daba la impresión de que de la noche a la mañana la casa Kilmartin se había convertido en residencia de omegas. La primera en llegar a vivir ahí había sido Jung-eum, y después Joon-hee, la madre de Hoseok. Era una casa llena de omegas Jung, o por lo menos de aquellos que habían adquirido el apellido por matrimonio.

Y todo lo sentía muy diferente.

Era extraño. Se habría imaginado que percibiría la presencia de Seojoon, que lo sentiría en el aire, que lo vería en el entorno que habían compartido durante dos años. Pero no, él simplemente se había marchado, y la llegada de omegas a la casa había cambiado totalmente su ambiente. Eso era bueno, suponía; necesitaba el apoyo de las mujeres en esos momentos.

Pero se sentía raro; le resultaba extraño vivir entre omegas. Había más flores en la casa, floreros por todas partes. Y ya no quedaba en el aire el olor del cigarro de Seojoon, ni el de jabón de sándalo que prefería.

Ahora la casa Kilmartin olía a lavanda y agua de rosas, y cada vez que aspiraba esos olores se le rompía otro poco el corazón.

Incluso Hoseok había estado extrañamente distante. Ah, sí que venía de visita, varias veces a la semana, si alguien se ocupaba de contarlas, y tenía que reconocer que las contaba. Pero no estaba ahí, de la manera como había estado antes de que muriera Seojoon. No era el mismo, y sabía que no debía castigarlo por eso, ni siquiera para sus adentros.

Él también estaba sufriendo. 

Eso lo sabía. Recordaba cuando lo miraba y veía sus ojos distantes; recordaba cuando no sabía qué decirle, y cuando él no le hacía bromas.

Y lo recordaba cuando estaban sentados juntos en el salón y no tenían nada que decir. Había perdido a Seojoon, y ahora tenía la impresión de que había perdido a Hoseok también. E incluso teniendo con él a dos madres que lo mimaban como gallinas a sus polluelos, tres madres, en realidad, si contaba a la suya, que venía a verlo cada día, se sentía muy solo.

Y muy triste.

Nadie le había dicho jamás cuánta tristeza sentiría. ¿A quién se le habría ocurrido hablarle de eso? E incluso si a alguien se le hubiera ocurrido decírselo, aun en el caso de que su madre, que también quedó viuda joven, le hubiera explicado el dolor que sentiría, no lo habría entendido. ¿Cómo podría haberlo entendido?

Esa era una de aquellas cosas que hay que experimentar para entenderlas. Y, ay, cómo deseaba no pertenecer a ese triste club.

¿Y dónde estaba Hoseok? ¿Por qué no lo consolaba? ¿Por qué no se daba cuenta de lo mucho que lo necesitaba? A él, no a su madre, ni a la madre de nadie. Necesitaba a Hoseok, la única persona que conoció a Seojoon tanto como él, la única persona que lo había amado totalmente. Hoseok era su único vínculo con el marido que había perdido, y lo odiaba por mantenerse alejado.

Incluso cuando él se encontraba en la casa Kilmartin, cuando estaba en la misma maldita sala, nada era igual. Ya no se hacían bromas, no reñían. Simplemente estaban sentados ahí, los dos tristes, con las caras afligidas, y cuando hablaban, se notaba una incomodidad, una violencia que no existía antes.

Silver Lining | hopevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora