18

207 33 28
                                    

Capítulo 18

... lo sabía, sí, absolutamente.

De una carta de Jung Hoseok a su madre, Jung-eum, tres años después de su llegada a la India.

.

.

.

La mañana siguiente fue la peor que podía recordar Taehyung desde hacía un tiempo. Lo único que deseaba era llorar, pero incluso eso le parecía imposible. Las lágrimas eran para los inocentes, y ese era un adjetivo que no podía volver a emplear nunca más para definirse a sí mismo.

Esa mañana se odiaba, se odiaba por haber traicionado a su corazón, haber traicionado hasta su último principio, y todo por un momento de inicua pasión.

Detestaba haber sentido deseo de un alfa que no fuera Seojoon, y detestaba aún más que ese deseo hubiera superado con creces todo lo que había sentido con su marido. Su cama de matrimonio había sido de risas y pasión, pero nada, nada de eso podría haberlo preparado para la perversa excitación que sentía cuando Hoseok le susurraba al oído todas las cosas pícaras que deseaba hacer.

Ni para la explosión que siguió, cuando él cumplió sus promesas.

Detestaba que hubiera ocurrido todo eso, y detestaba que hubiera ocurrido con Hoseok, porque en cierto modo eso lo hacía triplemente malo. Y por encima de todo, lo odiaba a él por haberle pedido permiso, porque en cada paso, incluso cuando sus manos lo seducían sin piedad, se aseguró de que estuviera bien dispuesto, y ahora no podía alegar que se había dejado llevar, que había sido impotente ante la fuerza de su pasión.

Y en ese momento, a la mañana siguiente, comprendía que ya no sabía diferenciar entre cobarde y tonto, al menos en lo que se refería a su persona. Estaba claro que era ambas cosas, y muy posiblemente podía añadir el adjetivo «inmaduro» a la definición. Porque lo único que deseaba era huir.

Era capaz de enfrentar las consecuencias de sus actos. Ciertamente eso era lo que debía hacer. Pero en lugar de hacer eso, igual que antes, huyó.

En realidad, no podía marcharse de Kilmartin; al fin y al cabo, casi acababa de llegar, y a no ser que estuviera preparado para continuar la huida hasta el norte, pasar por las Orcadas y seguir hasta Noruega, estaba clavado allí. Pero sí podía dejar la casa, y eso fue exactamente lo que hizo con las primeras luces del alba, y eso después de su patética actuación de esa noche, cuando salió tambaleante del salón rosa después de sus intimidades con Hoseok, mascullando frases incoherentes y disculpas, para luego ir a encerrarse en su habitación, de la que no salió en el resto de la noche.

No deseaba enfrentarlo todavía.

El cielo sabía que no se creía capaz. Él, que siempre se había enorgullecido inmensamente de su sangre fría, de su serenidad, se había convertido en un idiota tartamudo, mascullando tonterías como un loco de atar, aterrado ante la sola idea de enfrentar al alfa que, estaba claro, no podía eludir eternamente.

Pero si lograba eludirlo un día, se decía, eso ya sería algo. Y en cuanto al mañana, bueno, ya se ocuparía del mañana en otro momento. Mañana, tal vez. Por el momento, lo único que deseaba hacer era huir de sus problemas. El valor, ya estaba totalmente seguro, era una virtud muy sobrevalorada.

No sabía adónde quería ir; a cualquier lugar que se pudiera llamar «fuera», cualquier lugar donde pudiera decirse que las posibilidades de encontrarse con Hoseok eran mínimas. Y entonces, dado que, como estaba convencido, ningún poder superior se inclinaría a mostrarle benevolencia nunca más, comenzó a llover, cuando sólo llevaba una hora caminando. Comenzó con una suave llovizna, que no tardó en convertirse en verdadero aguacero. Se cobijó debajo de la frondosa copa de un árbol y se resignó a esperar allí que amainara la lluvia. Cuando ya llevaba veinte minutos pasando el peso de un pie a otro, se sentó en el suelo mojado, sin importarle mancharse la ropa. Puesto que iba a estar allí un buen rato, bien podía estar cómodo, ya que no seco ni abrigado.

Silver Lining | hopevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora