11

194 31 26
                                    

Capitulo 11

... me ha escrito Hoseok, tres veces en realidad. Todavía no le he contestado. Te sentirías decepcionado de mí, estoy seguro. Pero no puedo...

De una carta del segundo conde de Kilmartin a su difunto marido, diez meses después de la marcha de Hoseok a la India, arrugada y tirada al fuego después de mascullar: «Esto es una locura»

.

.

.

Hoseok había visto a Taehyung en el instante mismo en que entró en el salón de baile; estaba en el otro extremo del salón charlando con sus hermanos, y llevaba un traje azul y un peinado nuevo.

Y también lo vio en el instante en que salió por la puerta de la pared noroeste, y supuso que iba a la sala de aseo y tocador de omegas, porque sabía que estaba en ese corredor.

Lo peor de todo era que estaba seguro de que también sabría el momento en que regresara al salón, aun cuando estaba conversando con unos doce omegas, todos los cuales creían que él tenía toda su atención puesta en su pequeño grupo. Eso era como una enfermedad en él, un sexto sentido. No podía estar en la misma sala o habitación con Taehyung sin saber dónde estaba. Eso le ocurría desde el momento en que se conocieron, y lo único que se lo hacía soportable era que el omega no tenía ni idea.

Eso era una de las cosas que más le gustaban de la India. Que el omega no estaba y que nunca tenía que estar consciente de su presencia. Pero de todos modos lo acosaba. De vez en cuando veía a alguien de pelo castaño que reflejaba la luz de las velas igual que el de Tae y por una fracción de segundo le parecía que era el de él. Se quedaba sin aliento y lo buscaba, aun sabiendo que no estaba allí. Era un infierno, y normalmente le bastaba con beber algún licor fuerte. O pasar la noche con su última conquista.

O ambas cosas.

Pero eso ya había acabado; estaba de vuelta en Londres, y le sorprendía lo fácil que le resultaba adoptar su antiguo papel de encantador indolente y despreocupado. No era mucho lo que había cambiado la ciudad; ah, sí, algunas caras habían cambiado, pero en su conjunto, la alta sociedad estaba igual que siempre. La fiesta de lady Kim era tal como se la había imaginado, aunque tenía que reconocer que le asombraba bastante la inmensa curiosidad que había despertado su reaparición en Londres. Al parecer, el Alegre Libertino se había transformado en el Gallardo Conde, y antes del primer cuarto de hora de su llegada ya lo habían abordado nada menos que ocho, no nueve (no debía olvidar a la propia lady Kim) omegas de la sociedad, impacientes por conquistar su favor y, lógicamente, presentarle a sus hermosos hijos solteros y sin compromiso.

No sabía si eso era divertido o un infierno. Divertido, decidió, por el momento al menos. La próxima semana no dudaba de que sería un infierno.

Después de otros quince minutos de presentaciones y más presentaciones, y una proposición ligeramente velada (afortunadamente de una viuda y no de uno de los omegas debutantes ni de sus madres), declaró su intención de ir a buscar a su anfitriona, y presentó sus disculpas al grupo.

Y entonces ahí estaba él. Taehyung. Él estaba a medio salón de distancia, lo que significaba que tendría que abrirse paso por en medio de la multitud si deseaba hablar con el omega. Estaba pasmosamente bello con su traje azul oscuro, y cayó en la cuenta de que con todo lo que el omega había hablado de comprarse un guardarropa nuevo, esa era la primera vez que lo veía vestido con un color que no fuera de medio luto. Entonces lo golpeó la comprensión, otra vez. Se había quitado el luto. Volvería a casarse. Reiría, coquetearía, vestiría de azul y encontraría un marido. Y probablemente todo eso ocurriría en el espacio de un mes. Una vez que dejara clara su intención de volverse a casar, los alfas comenzarían a echarle abajo la puerta. ¿Cómo podría alguien no desear casarse con el omega? Ya no gozaba de la juventud de los otros omegas que andaban buscando marido, pero poseía algo de lo que los jovencitos y jovencitas debutantes carecían: chispa, vivacidad, un destello de inteligencia en los ojos que se sumaba a su belleza.

Silver Lining | hopevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora