Capítulo 3.

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Maratón 1/4.


Septiembre de 1988.

Si tan solo hubiese nacido antes o más tarde, no tendría que esperar un año para poder ir a Hogwarts. Estaba realmente emocionada por empezar su educación mágica obligatoria en la escuela, pero odiaba esperar. Eso la exasperaba, era algo superior a ella. Y es que la paciencia nunca había sido su mayor virtud, si tenía que ser sincera.


— ¿Por qué no puedo ir a Hogwarts ya? —Preguntó, quizás por décima vez, en lo que llevaban de mañana—. Estúpidas reglas sin sentido —farfulló, en un tono casi inaudible, levantándose—. Iré a tocar el piano, madrina, así al menos haré algo productivo hasta que sea la hora de comer.

—No permito malas palabras en esta casa, Arabella —la reprendió, apuntándola con el dedo—. Draco te buscaba antes, por cierto. Quería enseñarte el nuevo libro de Quidditch que tu tío le ha comprado.


Aries puso los ojos en blanco en cuanto escuchó regalar. Ese niño era un malcriado. Aunque bueno, ¿quién era ella para quejarse si era igual de malcriada? Incluso más. Se fue del salón en el que estaba leyendo una de las mejores obras del mundo mágico en compañía de Narcissa, que estaba tomando un té y leyendo una revista de moda mágica que había llegado esa misma mañana con el correo.

La mansión Malfoy era tan grande que muchas veces se había perdido por los pasillos y los pisos, sobre todo cuando era más pequeña. Ahora, con casi once años, gozaba de una muy buena orientación y una muy buena memoria, por lo que se conocía todos los rincones de la mansión, podría recorrerlos incluso con los ojos cerrados y a oscuras, que podría llegar a cualquier punto sin perderse.

Después de mirar en varias habitaciones, finalmente acabó pensando en rendirse. Hasta que recordó un sitio en el que Draco y ella siempre pasaban tiempo, desde hacía muchos años, leyendo. Al principio, con siete años, era Aries quien le leía cuentos a Draco. Los cuentos de Beedle El Bardo, por supuesto. Incluso a veces, se inventaba los finales para cambiar el rumbo de la historia, lo que hacía que ambos hermanos disfrutasen de la imaginación que entre los dos ponían para cambiar las historias originales. Al recordar esos buenos momentos que pasaban juntos, la pequeña Black corrió hacia la biblioteca del primer piso, donde habían unos sofás negros de cuero y unas librerías enormes, de dónde cogía ella los libros.

Y no se equivocó, al entrar, estaba ahí.


Bebé —le llamó, bromeando, llamando su atención—. Por fin te encuentro, llevo buscándote desde hace media hora.

Exageraba un poco, pero no importaba. Eso lo hacía más divertido. Un puchero si dibujó en su rostro, acompañado más tarde de las carcajadas que los dos hermanos soltaron.

— ¿Qué te ha regalado esta vez tío Lucius? —le preguntó, tirándose en el sofá, a su lado.

—Un libro de Quidditch, Ari —dijo el varón de cabellos rubios casi albinos, entre dientes, pues no quería que le interrumpieran la lectura—. Si mamá no nos deja usar las escobas, algo tendré qué hacer para entretenerme, ¿no?

La mayor asintió, bufando. Recordaba perfectamente la última vez que se montaron en unas escobas, a Narcissa Malfoy casi le da un infarto de miocardio al verles.


"Los dos hermanos habían cogido a escondidas un par de escobas que había en un armario, cerca del jardín. No tenían permiso para volar con ellas sin supervisión, pues siempre decían que era peligroso y podían caerse y hacerse daño.

Pero aquella mañana de finales de julio, cuando tocaron las doce en el reloj de pared, que era un cucú mágico, del salón principal, decidieron hacer una travesura de las suyas. Y por eso, cogieron las escobas.

Si volar lo tenían prohibido, no querían ni imaginarse como se pondría Narcissa si les viera volar dentro del salón. Los jarrones, que valían unos cuantos de cientos de galeones, peligraban. Además, que podrían darse con cualquier mueble y perder el equilibrio, y caer. Pero no les importó, al menos no esa mañana.

Draco perseguía a Aries tan rápido como podía. Y cuando parecía ser que la alcanzaba, la niña aceleraba el vuelo, subiendo hacia el techo, pero siempre sin llegar a darse. Ralentizaba el vuelo de nuevo, subiendo y bajando. Era realmente buena con una escoba, además que volando saboreaba la libertad que muchas veces sus tíos le cortaban.

¡Y es que quería entrar en el equipo de Quidditch cuando llegase su segundo curso!

Ya soñaba con eso, aunque todavía no había llegado a Hogwarts ni para cursar el primer año, pues le quedaba esperar hasta el septiembre del próximo año."


— ¿Te acuerdas cuando volamos por el salón? —comentó entre risas ella, haciendo que su hermano también riese—. Casi matamos de un infarto a tía Cissy.

—Y por eso ahora no nos deja ni acercarnos a las escobas —se cruzó de brazos él, esta vez sin reír—. Por tu culpa estoy castigado yo también, Ari.


Arqueó una ceja, ¿ahora le echaba todas las culpas a ella? En fin, cada vez se parecía más a Lucius y eso no le gustaba en absoluto. Así que se levantó sin decir nada, enfadada. No le había obligado a montarse ni a seguirla en ningún momento, de hecho en un principio tan solo era ella la que quería montarse en la escoba y volar un rato por el jardín; Draco simplemente se acopló a su plan.

Se dirigió hacia la puerta, esperando una disculpa por haber sido tan grosero con ella, pero al ver que no diría nada, simplemente salió y se fue.


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¡Hola, sunshines! Estoy de vuelta por aquí, lamento la corta ausencia, pero he aprovechado para terminar el primer acto.

¡Así que maratón! Espero que os guste, leáis y votéis, por favor.

Conociendo a Aries Black [ 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora