Capítulo 4.

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Maratón 2/4.


31 de octubre de 1988.

La noche de Halloween siempre había sido muy dura para Aries Black. Quizás porque fue la última noche que vio a su padrino, la última noche que escuchó ser llamada como Canutita. Quizás porque no le gustaba esa celebración, también. Simplemente, era una noche dura y triste para la niña. Desde que tenía uso de razón, o mejor dicho desde que vivía con los Malfoy, que pasaba esa noche sola, encerrada en la habitación, sin querer escuchar ni ver a nadie.

Y este año, no fue ninguna excepción.

Después de cenar, poco después de las ocho de la tarde, cuando ya había oscurecido, Black no tardó en correr y encerrarse en su habitación. Aunque era la contigua a la de Draco, tampoco le permitía a él estar presente esa noche. No quería que nadie la viese llorar, mucho menos que Lucius Malfoy la regañase porque era débil y una llorona.


— ¡Déjame sola! —gritó, al ver cómo alguien intentaba abrir la puerta.

—Por favor, Ari —murmuró Draco, desde el otro lado, pero la morena se negó nuevamente—. No le diré a nadie nada, pero déjame entrar.

—He dicho que no, déjame en paz —bramó, pegando un golpe a la puerta de madera, logrando hacerse daño en la mano.


Se dejó caer detrás de la puerta, escondiendo la cabeza entre sus piernas, abrazándose a sí misma. Dobby había hechizado la puerta para que nadie pudiera entrar, aunque la magia empleado solo duraría hasta medianoche. Los sollozos no tardaron en hacerse presentes, retumbando entre las cuatro paredes que componían su habitación.

Pese a ser tan grande y amplia, en esos momentos sentía que se ahogaba. Que era pequeña. Ella se sentía pequeña al verse envuelta entre esas cuatro paredes, como si fuera alguien insignificante, débil, inútil.

No le gustaba llorar, de hecho no lloraba nunca. O lo intentaba, porque no era una niña pequeña. Había aprendido que llorar era de débiles y que no servía de nada, sino que lo importante era levantarse y hacer como si no hubiese pasado nada, seguir adelante. Lucius Malfoy se había encargado de hacérselo aprender a malas, con golpes y palabras con desprecio. La quería, sí, pero nunca lo había mostrado abiertamente. Y lo peor era que Draco seguía el mismo camino, y ella no quería que sufriera por culpa de su padre, que era un insensible.

El llanto fue calmándose al tumbarse en la cama. Se tapó hasta arriba, cubriendo su cabeza también, para seguir sollozando hasta quedarse dormida, que no supo a qué hora ocurrió.

"No llores más, canutita. Pronto todo va a estar bien, lo prometo."


En sus sueños, la voz masculina y grave de su padrino que tanto le gustaba cuando era un bebé, pareció resonar. No sabía si había sido una alucinación o producto de su subconsciente, que quería decirle que todo estaría bien cuando menos se lo esperase, pero eso fue lo único que necesitaba para poder dormir.

La mañana siguiente, al abrir los ojos, notó un brazo sobre su cintura. Finalmente, Draco terminó entrando en su habitación, para dormir con ella. Le miró, con ternura. Seguía siendo ese bebé que vio por primera vez con cuatro años, aunque ya hubiese crecido. 

Conociendo a Aries Black [ 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora