Capítulo 6.

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Maratón 4/4.


Agosto de 1989.

Desde que cumplió once años, Aries no paró de mencionar Hogwarts, estudios, Slytherin, todos los días. Estaba realmente emocionada, tenía muchas ganas de empezar el colegio y poder vivir su vida, sin tener dos pares de ojos clavados en su nuca. Durante todos esos meses, estuvo entrenando su don: la metamorfomagia. Con los consejos que le había mandado Nymphadora en una carta, la cual mantenía oculta en su cofre de la correspondencia privada, y las clases con su tía para mantenerla a raya, poco a poco fue controlando esos cambios y era ella misma quien decidía qué hacer y con quién juntarse.

La mañana de aquel quince de agosto era el día en qué irían a comprar todos los utensilios y túnicas que usaría en su primer año. Insistió en que sacasen el dinero de la bóveda de los Black, al fin de cuentas su abuela Walburga le había dejado todo en herencia, pero su tía Narcissa le había dicho que callase, que lo pagaba todo su tío.

Así pues, ya vestida y peinada correctamente, adecentada como debía ir una Black siempre, la familia Malfoy acudió al Callejón Diagón.

Aries llevaba su carta entre sus manos, y sonreía feliz, muy a pesar de su tío Lucius, que no le gustaba que sonriera tanto en público. Sin embargo, con tal de no montar una escena en mitad del callejón o en una tienda y bajo la amenazante mirada de su esposa, no pronunció palabra alguna.


―Draco, acompáñanos a hacer las compras ―le ordenó su madre, pero con un tono dulce―. Supongo que irás con el resto ahí, ¿verdad? ―le preguntó a su esposo, quien asintió―. Entonces nos vemos a las dos en el Caldero Chorreante, reservé para comer en un compartimento privado.


Se separaron. Lucius encaminó hacia el Callejón Nocturno, donde había avisado que acudiría a las viejas reuniones de mortífagos en la sombra, en Borgin & Burke, como tantas veces antes. Narcissa, junto a los niños, empezaron con las compras. Primero los libros, en Flourish & Blotts. Después las túnicas, en Madame Malkin, donde aprovecharon para comprar algo de ropa que podría usar los fines de semana bajo la túnica cuando no tuviese clase y algunas prendas más, que necesitaba, porque había crecido bastante en los últimos meses. Pasaron por el boticario, donde compró los utensilios de pociones. Y, finalmente, Ollivanders.

―Entra, iremos al Emporio de la Lechuza a comprarte un regalo ―le dijo su madrina, depositando un beso en la frente de la menor―. Adelante, es un momento único.


La niña asintió, algo nerviosa, pero hizo caso a la mayor. Cuando su tía y su primo se fueron, se armó con todo el coraje que pudo y empujó la puerta de la tienda, con fuerza. La madera chirrió al abrirse, pero no le dio demasiada importancia. Si no fuese por las varitas y sus cajas que había en los estantes y en el escaparate, podría decirse que era un local totalmente abandonado. Con cautela, vigilando sus pasos con cuidado, fue acercándose al mostrador. Esperó por varios minutos, entre los cuales aclaró su garganta, intentando llamar la atención. Sin embargo, cuando se cansó de esperar y ver que nadie aparecía, su intención fue irse. Y así lo hizo. Giró sobre sus tacones, para dirigirse a la salida de nuevo. Por el camino, por eso, se fijó en una varita que sobresalía de un estante, lo que llamó su atención.

"La curiosidad mató al gato, pero el gato murió sabiendo" pensó.

Podría irse de ahí como si nada hubiese pasado o coger esa varita con sus manos, pudiendo provocar un desastre si no la elegía. Y como era una chica tan terca y curiosa, pecando muchas veces por esa curiosidad que necesitaba calmar, decidió cogerla. Alargó su brazo izquierdo, ya que era zurda, para alcanzarla. Con sumo cuidado, la cogió con sus dedos y la miró fijamente. Tenía un trazado hermoso en la madera, que inconscientemente parecía ver escrito una A, con la letra más elegante que jamás había visto.

Unos minutos más tarde, escuchó un ruido al otro lado de la tienda, y una voz.


―Su padre tuvo esa varita entre sus manos cuando vino a comprar su primera varita, señorita Black ―le habló el hombre mayor, con su rostro demacrado―. Pero no le eligió, yo sabía que esa varita la elegiría a usted.

―Lo lamento, señor. . . no debí haber tocado nada ―se disculpó, agachando la mirada, por primera vez en su vida―. La curiosidad ha podido conmigo, espero que sepa disculparme. Yo solo. . .

No terminó la frase, pues una sensación cálida la abrazó cuando tomó esa varita únicamente con su zurda. Era como si el aura que desprendía aquella herramienta básica para cualquier mago, hubiese estado hecha para ella.

Madera de abeto, mi augusto abuelo, Gerbold Octavius Ollivander, siempre llamaba a las varitas de abeto como la varita del superviviente ―le comentó, mientras ambos se acercaban al mostrador―. Porque se las había vendido a tres magos que posteriormente consiguieron salir indemnes de peligros mortales ―añadió, para después pedirle que se la diera, para observarla mejor―. Recuerdo cuando la fabriqué, hace más de treinta años. Su núcleo es un pelo de la cola del primer thestral que hubo en Hogwarts, lo guardamos en la familia durante años. Algo complejo de usar en la creación de varitas, pero una combinación inmejorable con la madera de abeto.

No se había dado cuenta del tiempo que había pasado en la tienda, pero supo que era el momento de irse. Pagó su varita, que muy amablemente la guardó en una hermosa caja negra, con las iniciales de la joven Black grabadas, pues todos los descendientes tenían una funda para su varita personalizada, le costó 10 galeones.

―Señorita Black, si me permite decirle algo antes que se vaya ―empezó a hablar el anciano, cuando abrió la puerta para irse―. Esa persona que piensa que no está, realmente no es así. Él está vivo, joven.


Dejando a una Aries Black muy confundida, la niña salió de la tienda sin entender a qué se refería. ¿Quién era él? ¿A quién se refería? ¿Al Señor Tenebroso? ¿O a otra persona? No entendió nada y no había otra cosa en el mundo que odiase más: no entender ni comprender las cosas.

Iba a su mundo, pensando con lo que acababa de decirle el señor Ollivander, cuando chocó con un niño. Pelirrojo, con pecas por todo el rostro. Unos ojos negros que resaltaban entre tanto color. Se sobó la frente, con una mueca.


― ¡Mira por donde andas, estúpido! ―bramó la fémina, enfadada.

―Que malhumorada ―comentó, por lo bajo, el niño, ganándose una mirada asesina por parte de la niña.

―Unas disculpas o algo, por poco me tiras al suelo.


Pero no dijo nada, porque al otro lado de la calle, visualizó a su madrina y a Draco. Llevaban una jaula con ellos, debía haber su nueva mascota ahí. Aunque no tenía tanta fuerza como aquel niño, Aries lo apartó enfadada y corrió hacia su familia, que la miraban algo confundidos. No respondió a la pregunta principal "¿quién era?", sino que se interesó por el animal.

―Es un kneazle, ¿verdad? ―preguntó, curiosa, mirando al animal―. Y ese era un niño estúpido, ni siquiera me pidió disculpas por haberse chocado conmigo.


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¡Y llegamos al final del primer acto! Al ser introductorio, no es muy extenso, pero empiezan a verse algunos detalles que se irán desarrollando a lo largo de las novelas.

Pronto os subiré el segundo acto y ya empezará la historia, con su trama. ¡Nos leemos, sunshines!

Conociendo a Aries Black [ 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora