Capítulo XXIII: Siempre quedaremos nosotros.

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La biblioteca del Edén era un lugar mágico

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La biblioteca del Edén era un lugar mágico. De eso Baztiel no tenía ninguna duda. Altos pilares tallados en mármol sostenían una preciosa cúpula de cristal, en cuya trasparencia se vislumbraba la tenue luz de la luna. Inmensos cuadros de luchas y glorias decoraban las paredes; y numerosos pasillos y rincones escondían los textos más antiguos en la historia de la humanidad.

Al igual que Anissa, él no era de ir allí a menudo. De hecho, creía ser capaz de contar con los dedos de la mano las veces que había ido en busca de algún libro. Sin embargo, reconocía la tranquilidad que emanaba del silencio y por ello, cuando sus compañeros emprendieron viaje en compañía de Will y del mayor, él había decidido que el mejor lugar para aguardar en compañía de la pequeña loba era ese. Así pues, la tomó entre sus brazos y la cargó hasta uno de aquellos confortables sofás de cuero.

—Will no... —La vocecilla de la loba a su lado lo llevó a mirarla.

Llevaba dormida algunas pocas horas, pero habían sido más de diez los insultos y los llamados hacia su hermano. Con cada uno de ellos Baztiel había sonreído.

—Siempre pensé que serías un buen padre... como papá. —La voz de Danna detrás de él fue un susurro en la inmensidad del silencio.

—Me habría gustado serlo —confesó él—. Aunque también me gusta estar aquí. Salvar el mundo es reconfortante, aunque nadie lo sepa.

Danna guardó silencio ante su respuesta y él se aprovechó de esos instantes para observarla. Desde pequeño había escuchado decir cuánto se parecían el uno al otro: los mismos ojos, el mismo color de pelo e incluso las mismas pecas decoraban el puente de su nariz y se extendían por sus mejillas. Sin embargo, él siempre había pensado que aquello era una estupidez y en el fondo esperaba que Danna también lo creyera. Y no es que renegara de su parecido físico por el simple afán de hacerlo, sino que sabía que admitirlo era admitir que por sus venas corría la misma sangre. Era admitir que su amor por ella no era más que una cosa enfermiza y prohibida de la que tenía que escapar. O, al menos, eso fue lo que le dijo su madre cuando, con cuatro años y guiado por vaya a saber qué infantil sentimiento, le pidió la mano de Danna: «No puedes casarte con tu hermana, pequeño príncipe —le había dicho ella acariciando sus cabellos —. Hacerlo sería un pecado y de ellos hay que huir.»

—¿Crees que hicimos lo correcto cuando aceptamos ser guardianes de almas? 

La pregunta lo tomó desprevenido.

—¿De qué hablas?

—Pregunto si...—Ella se mantuvo callada durante un instante, tal como si sus propios pensamientos la confundieran—. ¿Valió la pena abandonarlo todo y seguir este destino de proteger a quienes ni siquiera saben que existimos?

—Lo que entregamos no lo entregamos por el mundo —le recordó— lo entregamos por mamá, ¿recuerdas?

Claro que ella lo recordaba; lo recordaba con tanta crudeza como él. Después de todo, eran ellos quien la cuidaban mientras su padre viajaba. Como era médico, solían hacerlo a menudo y a veces no regresaba durante años. Recorría la tierra de un punto a otro, atendiendo a toda clase de personas, con toda clase de enfermedades. A Baztiel le gustaba pensar en su padre como un héroe altruista, sin embargo, muy en el fondo sabía que todos aquellos viajes los hacía por su madre, para encontrar una cura al mal que la mantenía en cama, hambrienta, fatigada y adolorida. Ese mal que los había obligado a ambos a trabajar desde pequeños en las minas del pueblo y que solo halló cura el día que dos ángeles caídos golpearon su puerta. 

Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora