Capítulo XXVII: Me salvaste.

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El aire se contrajo a su alrededor y la oscuridad condensó su cuerpo como si de un mal sueño se tratase

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El aire se contrajo a su alrededor y la oscuridad condensó su cuerpo como si de un mal sueño se tratase. A ciegas, privada de cualquier sentido, se sacudió, estiró los brazos y movió sus manos cazando brumas. Había saltado; la había empujado un impulso y la osadía la había convencido de que podría aferrarse a Elián antes de que él se desvaneciese, pero no lo había conseguido. Sus dedos solo habían alcanzado a rozar la tela de su camisa antes de perderla y maldecirse. Intentó gritar y su voz rasgó su garganta como un cristal hecho añicos. ¿Realmente terminaría perdida en el Limbo por su carácter desafortunado? Bajo el pensamiento sintió que la apretaban por la cintura y arrastraban hacia el abismo. Se retorció como si pudiese evitar la muerte, sin embargo, el agarre era tan firme que paralizó sus instintos. Cuando su cuerpo atravesó la oscuridad, la carne descansó.

—¿Te encuentras bien? —Esa voz... Anissa abrió sus ojos y tardó en acostumbrarse a la noche que la rodeaba. Cuando lo hizo, distinguió entre las sombras el brillo de aquellos ojos que la empujaban una y otra vez a la imprudencia; y que la observaban abrumados—. Por favor, dime que lo estás.

—Lo estoy —respondió, sintiéndose, de repente, invadida por la conmoción—. Me salvaste.

Él asintió. Había sido él y no la muerte quien la había sujetado en la espiral; y era él quien estaba debajo de ella, de espaldas al suelo, abrazándola como si temiese su ausencia. Su cuerpo le pareció pequeño y dócil sobre el de él y la dureza de su torso apretando su pecho avivó un deseo que Anissa intentaba esconder cada que sus ojos descansaban en los suyos; en el tamaño de sus manos, en el ancho de sus hombros, en lo prominente de su espalda, en lo sensual de sus labios y en lo mucho que, en secreto, fantaseaba con permanecer a su lado.

—No podría soportar que algo te sucediese —murmuró y Anissa, pese a sentir su corazón dar un brinco, notó algo trémulo en la voz del otro al tiempo que un delirio cobrando forma disminuyó la fuerza con la que la sujetaba—. No a ti también. No de nuevo.

—¿A mí también? —repitió interrogativa. La imagen de Caslya apareció en su mente y la rubia no pudo evitar recordar el dolor que atravesaba al contrario cada vez que pensaba en ella, sin embargo, no fue ese dolor el que lo llevó a contraer el abdomen ni el que lo obligó a gemir como si sus huesos se hiciesen polvo dentro de su cuerpo sino algo físico y material que la exaltó—. ¿Elián? —La preocupación escaló en sus nervios y se filtró en su voz—. Ey, no te duermas —lo llamó. Sus manos sujetaron el rostro de quien padecía bajo lo desconocido, intentando mantenerlo alerta—. Elián, por favor, despierta.

Pero él no despertó y Anissa palideció.

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Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora