Capítulo VII: La forma correcta de cuidarte.

114 12 3
                                    

Tal como lo había ordenado Valesia, Morrigan la acompañó de regreso a la habitación de la que era cautiva

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tal como lo había ordenado Valesia, Morrigan la acompañó de regreso a la habitación de la que era cautiva. Mientras recorrían un par de amplios corredores, Caslya intentó tomar nota de la construcción del lugar. Contó puertas y ventanas, y se aseguró de recordar el lugar donde estaba cada posible salida por más inútil que fuera. Después de todo, escapar no era una opción cuando su libertad había sido el precio a pagar por la vida de aquellos a los que quería, sin embargo, existía algo, pequeño e inquieto, dentro de ella que la llevaba a pensar en salir.

—¿Has obtenido las respuestas que querías? —La voz quebradiza de Morrigan atrajo su atención. Caslya la observó curiosa al oír la forma en la que le había hablado y ante ello la contraria agregó—: No era mi intención tutearla, señorita. Perdóneme.

—Está bien, no me molesta si lo haces. De hecho, me resulta más cómodo —respondió y Morrigan asintió conforme. Tras hacerlo, Caslya continuó—: Sobre lo que me preguntaste, yo..., no lo sé. Supongo que sí.

—Una respuesta cautelosa, entiendo.

Lo había sido, era cierto. No sabía cuan sensato era hablar con Morrigan asuntos como aquel que rondaba su cabeza porque, al fin y al cabo, la mujer parecía ser cercana a Valesia, como su sierva principal. Pensarlo así no la tranquilizó demasiado, pero decidió pasar de ese sentir para centrarse en no hablar de más. No pecaría de confiada en el infierno porque, estaba segura de que si Morrigan oía de sus labios algo que sonase siquiera sospechoso, Valesia lo sabría.  

—No obstante, si quieres salir airosa, debes aprender a esconder tus pensamientos también.

Caslya la miró con los ojos bien abiertos.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que tu mente es tan reveladora como tu rostro —respondió. Había algo jubiloso en aquel rostro enfermizo—. Y si tanto deseas ser cautelosa, deberías aprender a esconderte.

Su mente. Caslya nunca se había detenido a pensar que podían invadirla sin que lo notase siquiera, sin embargo, ¿qué significaba? ¿Morrigan estaba allí, leyendo sus pensamientos?, ¿desde cuándo...? Imaginarlo la hizo morder el interior de su mejilla y la forzó a dejar de pensar.

—No te preocupes, no he hecho nada de lo que seguramente piensas.

—¿Cómo puedo creerte? —Caslya habló pausado—. Es decir, puedes estarme mintiendo para hacerme sentir segura a tu lado.

—O quizá simplemente intento ayudarte.

—¿Por qué lo harías? —preguntó—. Tú le sirves a Valesia, ¿por qué ayudarme?

—Porque entiendo la situación vulnerable en la que estás, Caslya.

Aquellas palabras la hicieron sentir diminuta y molesta, y, sin embargo, no fue capaz de contradecirla. Después de todo, era cierto. ¿Qué era ella en un reino de demonios? Nada, no era nada porque a pesar de que algún poder corriese desconocido por sus venas, ella no sabía emplearlo. No era lo suficientemente fuerte para hacerlo. Reconocerlo, la molestó en lo más profundo. 

—Sé que no me conoces. También sé, que por eso, no puedes confiar en mí, pero hablo con la verdad cuando digo que sólo intento ayudarte. —La voz de Morrigan era un murmullo que se perdía en el aire. No hablaba alto y se mantenía observando al frente. Quizá no quería que nadie se diese cuenta de lo que le contaba a ella, lo que volvía complicado el intentar descifrar cualquier fuese el sentimiento que surcase el rostro ajeno—. Habitar el Infierno no es fácil cuando todo lo que siempre has conocido es mortal. Aquí no hay modales, ni educación. La piedad o la misericordia no existen, mucho menos el perdón. Quienes habitan este lugar no sienten como sienten en la Tierra. No hay amistad, no hay amor. Sólo hay codicia y poder. Aquí son todos lobos hambrientos, sedientos de sangre. Si crees que puedes estar aquí sin trasmutar, estás muy errada.

Caslya sintió un sutil ardor en su garganta.

—¿Cómo sé que Valesia no te ordenó hacer esto? —Una pregunta crucial, de eso estaba segura.

—Valesia me ordenó cuidar de ti —sentenció Morrigan— y eso haré de la forma en que crea correcto hacerlo.

Tras decir eso, ambas doblaron en la siguiente bifurcación y se introdujeron en aquel angosto pasillo que conducía a aquella que se había vuelto su prisión.

—Hemos llegado —advirtió y poco después se detuvieron ante la puerta. Morrigan no tardó en colocar la llave que guardaba en el bolsillo de su vestido para abrirla.

Con una mirada le pidió entrar y ella, curiosa por entender a la mujer junto así, obedeció. La habitación lucía tan desolada como cuando la había abandonado.

—Dices que cuidaras de mí, pero ¿cómo? —preguntó observando a Morrigan de frente. Viéndola así no era mucho más alta que ella, quizá unos pocos centímetros. De peso Caslya le ganaba por algunos kilos—. ¿Cuál es para ti la forma correcta de cuidarme?

—Puedo enseñarte cosas. Cosas que pueden salvarte la vida.

Caslya la miró atenta.

—Hace un momento te advertí acerca de tus pensamientos, puedo enseñarte a ocultarlos del resto —le informó. La idea lucía tentadora y aterradora a la vez—. Existen muchos seres, Caslya, con la habilidad de leer tu mente, de saber quién eres. Con esa información, incluso un fodus podría destruirte.

—¿Un fodus? —preguntó.

Un embozo de sonrisa apareció en los curtidos labios de Morrigan.

—Son demonios pequeños, no más grandes que tu pie —explicó—, pero se les conoce por ser muy engañosos. Suelen intentar compensar su debilidad física usando hechizos mentales para atraer a sus presas.

Caslya lo pensó un momento. ¿Realmente iba a permitir que Morrigan le enseñara algo que podría resultar catastrófico? Sin embargo, mientras lo meditaba, recordó su estancia en la Corte Eterna, recordó lo fácil que había sido para su Majestad colarse en su mente y controlarla. El recuerdo la estremeció..., y así también pensó en Valesia, ¿ella también podía leer sus pensamientos? Algo en su interior susurró que sí. Si Morrigan de verdad pensaba ayudarla, no lo evitaría, pero debería esforzarse en ser sumamente cautelosa cuando eso ocurriera.

—Si permito que me enseñes —empezó a decir Caslya—, ¿qué obtendrás tú a cambio?

—Una oportunidad —respondió Morrigan.

—¿De qué?

—De evitar que algo muy malo suceda.

Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora