Capítulo XXX: Eres todo lo que tengo.

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Detrás de sí habían dejado decenas de cuerpos y el gruñido de sus perseguidores

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Detrás de sí habían dejado decenas de cuerpos y el gruñido de sus perseguidores. Kyriel sentía su cuerpo febril por la lucha, sus venas bombeando sobre su piel marfil y el calor de la sangre ajena secarse sobre su cuerpo, pero sentía aún más, contra su pecho, los latidos de Caslya. Ella se aferraba a él visiblemente avergonzada, sus mejillas estaban rojas sobre la palidez del resto del rostro y su mirada rehuía de encontrarse con la suya. Entre sus brazos, ella parecía más pequeña de lo que era en realidad y sujetándola, Kyriel percibía que estaba más ligera de lo que él recordaba y que temblaba, no de frío, sino de agotamiento. Mientras avanzaban por aquellos corredores de hierro y de aventurina negra, no podía dejar de verla y de maquinar sobre lo que le había ocurrido en el Infierno, maldiciéndose por no haberla salvado; su atención no escapaba del hollín que la cubría como una suave capa y de los cardenales que dibujaban horribles siluetas en sus brazos desnudos. ¿Quién la había lastimado? ¿Por qué sus heridas no estaban sanando como las de cualquier otro guardián? ¿Acaso el daño había sido tal que su sistema apenas y reaccionaba? Sus músculos se tensaron a causa del pensamiento. Si hubiera sido más fuerte... Preso del mal recuerdo, la atrajo más contra sí.

—Kyriel. —Ella lo llamó. Su voz también sonaba áspera y adolorida. ¿La habían hecho gritar? —. ¿Estás bien? Puedo caminar si...

—¿Crees que no puedo cargarte? —la interrumpió. No había sido su intención preocuparla, demasiadas cosas la habían atormentado para ser él una razón más.

Ella se apresuró a negar con la cabeza.

—Solo... —Caslya relamió sus labios—. No quiero ser una carga para ti.

—No lo eres —le dijo y no mentía—. Nunca lo has sido.

Ante sus palabras, la castaña levantó el mentón y lo observó con sus brillantes ojos ambarinos. Durante un instante, un dejo de sorpresa iluminó su gentil rostro, luego, desapareció tan pronto cuando ella sonrió. La joven tenía una sonrisa amable e inocente; una sonrisa que se sentía como volver a casa luego de un largo día... Él no se lo había dicho, pero, aunque no quisiese, aunque se lo negase desde que la había visto correr hacia él en la oscuridad del bosque feérico, le empezaba a gustar la forma en la que la comisura de sus labios se alzaba y cómo las líneas de sus mejillas se acentuaban cuando enseñaba los dientes.

—Sabía que podías decir cosas amables —lo molestó.

Él rodó los ojos.

—No te acostumbres, niña. Solo hago una excepción.

 Solo hago una excepción

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Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora