Capítulo III: No te aterrorices.

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Las llamas se extendían en la distancia como la aurora de un amanecer y el cielo relampagueaba en una densa neblina rojiza que Caslya contemplaba desde la habitación en la que permanecía cautiva

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Las llamas se extendían en la distancia como la aurora de un amanecer y el cielo relampagueaba en una densa neblina rojiza que Caslya contemplaba desde la habitación en la que permanecía cautiva. Mordisqueando su labio inferior observaba los edificios más allá de ella, destruidos y colapsados entre piedras y oscuridad. Analizaba el paisaje y a los extraños seres que surcaban el cielo: negros y alados, del tamaño de pequeños terneros. Asqueada, volvió la atención al reloj que repiqueteaba en la pared. ¿Cuántas horas habían pasado desde que había decidido abandonar el mundo mortal?

No quiso saberlo. En realidad, ahuyentó aquel pensamiento, pues la inquietud había comenzado a calar en ella poco a poco desde hace un buen rato. Calma, se ordenó. Debía mantenerse de ese modo si deseaba sobrevivir. Para hacerlo, se aferró a la tranquilidad que le brindaba saber que todos fuera de aquel Infierno estaban bien. Hice lo correcto, se dijo. Sin embargo, cuando el sonido de la cerradura a sus espaldas invadió el espacioso lugar, Caslya sintió su piel erizarse. Alerta retrocedió y sujetó entre sus manos una lámpara de mesa.

Cuando la puerta se abrió, se sorprendió. Del otro lado no estaba uno de aquellos horribles cerdos dispuestos a sujetarla con sus repugnantes pezuñas, ni tampoco estaba la chica, su hermana... Pensar en ella de esa forma la hizo estremecer y le dejó un mal sabor de boca. De todos modos, lo ignoró y fijó su atención en la mirada café de la mujer frente a ella. Era alta y delgada, con huesos pronunciándose sobe la piel amarillenta y ojos hundidos y envueltos en sombras. Llevaba el cabello del color de la plata trenzado sobre su espalda y un sencillo vestido de color blanco.

—Lamento la intromisión, pero la señorita Valesia me ha pedido que la ayude con su preparación para la cena de esta noche. —La voz de la mujer fue un susurro agrio y quebradizo, tal como si fuese la primera vez que hablaba en mucho tiempo.

Durante un breve instante Caslya tomó nota de su apariencia y se preguntó si estaría enferma. Luego, arrepintiéndose de su repentina curiosidad, respondió:

—No tengo hambre.

—La señorita ha comentado que es de suma importancia que concurra —insistió la mujer—. Dijo que allí contestará las dudas que tenga.

Dudas. Caslya sabía que estaba ahogada en ellas, no obstante, no quería salir a ningún sitio; quería estar allí, acurrucada en una esquina a la espera de que todo fuese un mal sueño, otra pesadilla de la que iba a despertar pronto.

—Si se niega, ella enviará a alguien más a buscarla. Lo sabe, ¿no es así? —Las palabras ajenas la hicieron recobrar claridad y por un segundo Caslya creyó intuir un ápice de preocupación en la desconocida. Luego, la mirada ajena se posó en la lámpara que ella aún sujetaba con firmeza—. Alguien a quien no podrá vencer con eso.

Caslya sabía que no podía hacer mucho con aquel instrumento. En realidad, imaginó enfrentándose a los cerdos y el resultado le resultó tan penoso que se arrepintió. Así pues, dejó la lámpara de regreso en su lugar y miró fijo a la mujer frente a ella. Quizá la consecuencia de su negación iba a ser peor que la consecuencia de aceptar, por lo cual, pasó una mano por su rostro y asintió. Iría a la cena. Después de todo, parecía no tener otra opción.

Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora