Capítulo XXVIII: Dulce esencia celestial.

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La oscuridad abarcaba la existencia y aunque Anissa intentó descifrar las formas que la rodeaban, no pudo más que suponer muebles o columnas alzarse entre las sombras

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La oscuridad abarcaba la existencia y aunque Anissa intentó descifrar las formas que la rodeaban, no pudo más que suponer muebles o columnas alzarse entre las sombras. No había vida allí, de eso estaba segura porque su poder no cosquilleaba en sus palmas ni ningún sonido se tornaba perceptible a sus oídos. 

El cuerpo de Elián descansaba, entre dolorosos espasmos, sobre el frío suelo de aquel lugar oscuro y desconocido en el que habían aterrizado; y mientras sostenía su cabeza sobre su regazo, acariciando sus cabellos en un intento de calmar el tormento del contrario, Anissa se preguntó qué debería hacer. Después de todo, cuando Elián perdió la conciencia, ella revisó, a ciegas, su cuerpo y notó la sangre ennegrecida que se esparcía desde su abdomen y empapaba, cálida y pegajosa, su camisa y sus manos.

¿Qué era lo que le había sucedido? No lo sabía, aunque lo que más le importaba era cómo podía sanarlo. Había intentado limpiar la herida con un pequeño ungüento que Mab solía darles antes de cada misión —y que ella guardaba en el compartimento de sus pantalones—, pero había sido en vano. Elián continuó retorciéndose, quejándose y murmurando palabras incomprensibles entre los sones de conciencia.

—¿Cómo puedo ayudarte? —susurró. Sabía que él no la escuchaba, pero, aun así, no podía quedarse en silencio mientras le miraba a través de un hilo de luz—. ¿Quién te hizo esto?

Intuitivamente, recordó al demonio de cabellos negros y se preguntó, más convencida que dudosa, si él había atacado a Elián, si la herida que ella había tratado en el calabozo del Edén se había abierto por su causa. La sola idea la molestó, pero aún más la inquietó el sentimiento de impotencia que se coló en sus venas al verlo en ese estado. «No llegues tarde, frater» Le había oído decir al enemigo, pero ¿a dónde debía llegar Elián? Si tan solo pudiese averiguarlo... Un repentino choque de ánimo la abordó: ¿desde cuándo se permitía dudar? Ella no era de las que se paralizaban por la incertidumbre ni ante lo desconocido. Debía ponerse en marcha y encontrar al demonio fuese como fuese, aunque eso significase atarse al verdor del infierno una vez más.

—Sé que parecerá una contradicción, pero, necesito dejarte un momento —comentó en voz baja, apartando la cabeza de Elián de su regazo y apoyándola suavemente en el suelo—. Así que no te mueras hasta que regrese, ¿entendido?

En tinieblas se incorporó sin esperar una respuesta, sin embargo, la tuvo en el instante en el que él la tomó, tembloroso, por el antebrazo. Sus ojos fugaces fueron hacia los de él y se encontraron con su rostro empapado en sudor y una mirada perdida dentro de dos cuencas oscuras.

—No te vayas... —Elián arrastró las palabras al hablar—. Por favor.

Ella se hincó a su lado y acarició dulcemente su mejilla caliente por la fiebre que lo calcinaba en vida. Cuando su mano descansó sobre él, él pareció fijar sus ojos en los suyos.

—Será por poco tiempo —le respondió—. Iré por ayuda.

Él negó con la cabeza.

—Es demasiado peligroso...—balbuceó—. T-te harán daño... Y-yo...

Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora