Capítulo XXI: Castígame.

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Abandonar a Gideon en aquella decrepita celda había sido una de las cosas más difíciles que había hecho desde su llegada al Infierno, sin embargo, no había tenido otra opción

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Abandonar a Gideon en aquella decrepita celda había sido una de las cosas más difíciles que había hecho desde su llegada al Infierno, sin embargo, no había tenido otra opción. Después de todo, si Valesia descubría que había huido de su habitación en un intento de liberar a su prisionero, estaba convencida de que encontraría la forma de hacérselo pagar.

—Lo logramos —advirtió al ver a Morrigan introducir la llave en el picaporte. Su corazón latía con prisa dentro de su pecho y su respiración se entrecortaba por la larga corrida desde las celdas hasta el palacio—. Estamos a salvo.

—Aún es muy pronto para celebrarlo —observó la contraria, pero cuando el crack de la puerta abriéndose reverberó en el corredor vacío, Caslya notó cierta tranquilidad en el estómago. Solo por ello se permitió suspirar.

No obstante, su suspiro se convirtió en un sobresalto cuando sus ojos ambarinos descansaron en la sonrisa maquiavélica que la estaba esperando del otro lado de la puerta. Allí, sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas sobre su rodilla, se encontraba Valesia. Sus labios rojos, sus pupilas brillantes y su cabello sagazmente recogido continuaban dándole, pese al penumbroso entorno, los aires de una reina.

—Señorita Valesia. —Morrigan fue la primera en pronunciar palabra. Parecía tan preocupada como ella y el terror decoloró sus mejillas—. Puedo explicárselo.

—¿Explicarme qué, Morrigan? —le preguntó. Su expresión frívola no se inmutó cuando se puso de pie—. ¿Quieres contarme cómo pusiste a mi hermana en peligro luego de su terrible lesión?

Para su sorpresa, la sierva respondió con más firmeza de la que hubiese esperado.

—Ella jamás estará en peligro mientras esté conmigo.

—Ya veo. —Una sombra siseó amenazante a su alrededor; tanto que erizó los vellos de sus brazos y le provocó un escalofrío—. Sabes, si no conociera tus elecciones pasadas, quizá hasta podría elogiar tu convicción. Lamentablemente, te conozco demasiado para eso.

¿Elecciones pasadas? ¿Qué quería decir Valesia con eso? Caslya dirigió su atención al rostro anguloso de la sierva y se apenó de observar cómo éste se teñía bajo la angustia. Fuese lo que fuese que había hecho tiempo atrás, aún la atormentaba en lo más profundo.

—¿Morrigan...?

La mirada café volvió a ella proyectada en sombras de culpa.

—La señorita Valesia tiene razón —indicó—. Fue imprudente de mi parte permitirte salir, Caslya.

—Eso no es cierto —respondió ella. Luego, dirigió la atención a su hermana—. Ella me ha cuidado.

—¿Crees que permitirte pasear por las catacumbas del palacio y visitar las celdas donde encierro a mis enemigos fue seguro para ti?

—Eso no... —Pero, ¿qué le diría? Sí había sido peligroso; las habían detenido y molestado criaturas y prisioneros, pero, había resultado bien porque Morrigan había estado ahí para ella. Sin la sierva no lo habría logrado. De eso estaba segura—. Ella me protegió.

Guardianes de Almas. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora