Canto XIV.

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Cuando empecé este grimorio (hace muchos siglos atrás), mis intenciones se limitaron a ser bastante simples y precisas: escribiría un recuento de cosas que he aprendido con el tiempo, como la magia, la hechicería, medicina, astrología... Las cuales considero sumamente valiosas pese a que podrían ser fuertemente criticadas por mis hermanos e incluso por mi propio Padre.

Parte de mi consuelo y triste alivio, es saber que no soy tan importante para ellos como para prestarle atención a un libro de difícil interpretación que se esconde ante las miradas de todos. Incluso si alguien llegara a tener el interés de leerlo y, aún más, tuviera la presteza traducirlo, ha de saber que lo escrito aquí, en estas hojas de papiro, es todo lo que soy.

Aquí, entre papel y tinta, yace el cenit de mi esencia. De mi corazón y de mi alma.

Esto es Remiel.

Mis deseos, pecados y pensamientos más íntimos conforman estos galimatías. Este grimorio no debería ser mi diario personal, pero lo es, porque me he esforzado lo suficiente en ocultar el arcano letargo y las culpas que acaecen mi vida entre hechizos, magia y los secretos de las estrellas, así que aquel que logre descifrarlo, podrá conocerme, saber que he errado y que, con cada paso que doy, intento remediar mis propios errores, pero ante los arbitrarios ojos del mundo, parece que no hago más que equivocarme y exacerbar su desprecio hacia mi persona.

Sé cosas de las que la humanidad debería temer. Incluso mis hermanos deberían hacerlo, pero son incapaces de escucharme y ya me cansé de intentar abrirles los ojos ante una verdad de la que son ignorantes por su propio bien.

Metatrón me ha pedido de forma incipiente que guarde silencio respecto a lo que sucederá en unos años. Al mismo tiempo, confía en que podré regresar a Luzbel al Infierno y, aunque al principio creí que mis hermanos podrían apoyarme, me dejaron solo. Me he sentido solo desde el primer momento en el que abrí los ojos, pero me acostumbré a la soledad. A lo que nunca me acostumbré, fue a que Luzbel siguiera teniendo toda la atención incluso después de haber sido exiliado.

Es agotador, y en ocasiones pienso que debería rendirme. Evalúo las posibilidades que existen de que las cosas sigan su rumbo incluso si Luzbel interviene en ellas, pero pronto resuelvo que no hay un camino iluminado que prometa un porvenir extraordinario, pues la presteza que tiene mi hermano para declinar presuntuosamente las órdenes de nuestro Padre, es algo que jamás había visto en nadie más.

En un tiempo muy antiguo, llegué a admirar la suspicacia de un ángel que jamás le juró lealtad a nuestro Padre. De los labios de Luzbel, nunca escuchamos pronunciar las palabras «Te amo, Padre», que todos habíamos vocalizado alguna vez, incluso si no supiéramos de lo que estábamos hablando exactamente.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora