Por la mañana, antes de llegar al HADES, Samael no solo abrió los ojos súbitamente sorprendido por haber experimentado eso que llamaban «soñar», y que solo era propio de los mortales, sino que al ladear la cabeza buscando con tanta ansia el rostro de Lucas, se dio cuenta de que el mortal ya no estaba.Lo que vio en aquel sueño, lo trastocó de maneras que apenas creía posibles, y se mantuvo tan vivido en su memoria incluso después de abrir los ojos; para empezar, no supo en qué preciso momento se quedó dormido. Lo último que recordaba antes de eso, era escuchar la respiración lenta y calmada de Lucas, quien dormía profundamente en sus brazos.
Samael tenía la mirada puesta en el techo, y en algún punto —cuando Lucas se acurrucó más contra su pecho—, cerró los ojos lo que para él sólo iba a ser un momento, y terminó siendo toda la noche.
Lo que pasó después, fue que se vio a sí mismo en medio de un parque rodeado de árboles, con un área específica en donde había columpios y toboganes, y aunque cualquiera esperaría que un lugar así estuviera lleno de una intensa algarabía infantil, todo estaba en completo silencio, en una súbita quietud que oscilaba entre la malicia y la calma. Las frías ráfagas de aire dignas del invierno, alborotaban las hojas que habían caído de los árboles durante el otoño, e invadían el suelo recubierto de pasto húmedo y amarillento.
Samael no sabía con exactitud en donde estaba. No reconocía ese lugar, y el único aroma que percibía en el aire era el del metal oxidado de los viejos columpios que se encontraban a un par de metros.
Al verse las manos, se encontró con aquella sombra oscura que lo cubría desde la punta de los dedos hasta los antebrazos, como si sus venas bombearan tinta negra... En su sueño, su apariencia no era un intento de ser más humana; estaba mostrando su verdadero aspecto. Era el Ángel Caído. Luzbel. El Adversario... Era el Diablo, y aunque todo a su alrededor era imposible de definir como lúgubre o apacible, bastaron un par de minutos para que todo comenzara a verse más vivo.
El pasto se volvió tan verdoso que pequeñas flores blancas comenzaron a brotar. Las ramas de los árboles renacieron, y el Sol se elevó tanto en el cielo que Samael pudo sentir el calor de sus rayos penetrando en su piel. Y en medio de toda aquella vista idílica que parecía sacada de un cuento de hadas, un niño apareció dirigiéndose hacia él.
Sus piernas eran muy cortas, propias de un niño que rondaba los seis años. Le sonreía, como si estuviera muy feliz de verlo, pero Samael no lograba entender por qué. No entendía por qué ese niño le causaba tanta repulsión y, al mismo tiempo, que lo conocía, que había visto esa sonrisa en alguien más. Y sus ojos... Oh, el color de sus ojos para Samael fue inconfundible.
Luego, cuando el niño estuvo lo suficientemente cerca, estiró sus pequeñas manos para tocar las del Diablo, sin miedo, sin mostrar la más mínima pizca de temor ante la imponente figura del demonio que se había proclamado Rey del Infierno desde hace eones. Al contrario, el niño se veía feliz, emocionado, pero Samael no logró descifrar si sus propios sentimientos para con el niño eran de tranquilidad o repugnancia.
ESTÁS LEYENDO
Hidromiel. ✔
FantasyLuzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era una penitencia que él mismo se hubiera puesto y, ciertamente, tampoco era algo que le importara porque aborrecía a la especie humana en cualq...