En el Infierno, el único sonido que reinaba era tan caótico que la mayoría enloquecía rápidamente, pues las almas condenadas se sentían ahogadas en tanta miseria que, inevitablemente, sus lamentos terminaban formando parte de una orquesta tan dolorosa. Sin embargo, era lo último en lo que Castiel podía fijarse en ese momento.El ángel siempre supo que había cosas bastante extrañas en Remiel, pero jamás consideró la posibilidad de que su hermano se involucraría tanto con una mortal, pues siempre expresó su descontento por una raza que —pese a que no la consideraba inferior—, actuaba de forma bastante primitiva, incluso aunque, con los años, se supone que debían avanzar, y no seguir arrastrando las mismas ideas tan arcaicas propias de épocas que castigaban hasta los actos más ínfimos.
Siendo así, escuchar a Casandra solo hizo que despertaran más dudas en Castiel, y cuando la pelirroja reparó en la expresión de incredulidad en su rostro, decidió contarle todo lo que sabía sobre aquel suceso, aunque estaba segura de que eso no haría nada feliz a Remiel, porque hasta la fecha, él mismo intentaba olvidar sin éxito lo que había sucedido.
—En el año 1418, Remiel conoció a Florence de Berteau en una provincia de Génova — comenzó —. Ella nació en una ciudad cercana al Río Garona, pero a los quince años migró a Venecia esperando que los alquimistas italianos le dieran el reconocimiento que se negaban a darle los de su pueblo, pero no lo logró porque nadie la tomaba en serio, y no lo hacían simplemente porque era mujer.
>> Para los hombres, escucharla hablar de alquimia era como escuchar a un ebrio hablando sandeces, por lo que decidió hacer las cosas por su cuenta y dejó Venecia. Se fue a una pequeña provincia de Génova donde comenzó a escribir sus propios grimorios y hacer sus propios experimentos — contó —. Florence era una mujer maravillosa y extraordinaria que se interesó en la alquimia desde muy pequeña. Aunque los hombres lo negaran todo el tiempo, ella era... Realmente excepcional, y por mucho que los del gremio intentaran tacharla de farsante y desquiciada, en el fondo no podían negar que estaba avanzando demasiado rápido en cosas que a ellos les había tomado años. Florence tenía tan solo veintidós años cuando sus grimorios comenzaron a ser codiciados por otros alquimistas que continuaban en la eterna búsqueda del elixir de la eterna juventud. De hecho, dentro del gremio de alquimistas, se rumoraba que Florence de Berteau había logrado crear ese elixir, pero nunca ningún humano llegó a tener la certeza sobre si eso realmente sucedió o no.
— ¿Por qué?
—Porque fue entonces cuando Remiel se cruzó en su camino — respondió, esbozando una sonrisa torcida, para nada contenta con lo que tenía que decir después —. Hablando con total honestidad, no conozco con certeza los detalles de su relación, pero sé que su primer encuentro fue en la comuna de Portofino — dijo, y se tomó unos segundos para apartar los largos mechones de cabello rojizo que le cubrían la cara —. Cruzaron un par de palabras, y Florence rápidamente se dio cuenta de que Remiel no era como los hombres que había conocido durante toda su vida; no la trataba como si fuera una ingenua, más bien, parecía que el ingenuo era él, y le gustó la forma en la que Remiel la miraba... Además, le parecía alguien muy hermoso, irreal, como si ese muchacho que vio sentado bajo la sombra de un árbol observando el mar, hubiese salido de un sueño.
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Hidromiel. ✔
FantasíaLuzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era una penitencia que él mismo se hubiera puesto y, ciertamente, tampoco era algo que le importara porque aborrecía a la especie humana en cualq...