Canto XXXII.

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Narrador


Samael Estrella de la Mañana era el mayor de todos sus hermanos.

Cuando Dios creó a los ángeles, Samael fue el primero en abrir los ojos y deleitarse con ese Paraíso que su Padre había creado para él y sus hermanos, y cuando Dios vio por primera vez a Samael, tuvo la certeza de que su hijo había sido una de sus creaciones más perfectas.

Era el ángel predilecto, el primogénito, el mejor guerrero entre toda la Legión de Ángeles; vivaz, osado, audaz, con un deseo abrasador de ser libre y siempre anhelando la capacidad de hacer lo que quisiese, pero por encima de todo eso... su Padre nunca estuvo incluido en ninguno de sus planes.

Samael nunca sintió amor por Él, ni gratitud, ni respeto, ni siquiera temor, y eso, sin duda, indicaba que había algo mal con él. La creación más perfecta de Dios tenía un defecto imperdonable, porque Samael no veía a su Creador como un ser superior a él. No era capaz de reconocer en qué nivel de la jerarquía se encontraba. Era egoísta, y no quería servir a la humanidad como todos los ángeles lo hacían.

Luego, al ser arrojado a las fosas del Infierno, ese ideal no cambió en lo más mínimo.

No era un secreto para nadie que el Diablo estaba completamente desprovisto de bondad, o empatía; su alma estaba podrida. Sus ojos reflejaban el odio que guardaba en su interior, como una llama de fuego inextinguible. El mundo había leído historias acerca de él, era visto como la maldad encarnada, y se le temía por las anécdotas que corrían a voces por todos los infelices que se atrevieron a hacer un trato con él.

Samael Estrella de la Mañana no era bueno.

No era un héroe.

Y, por supuesto, no era alguien que pidiera perdón.

Pero una buena noche, a la luz de una luna en cuarto creciente, el Rey del Infierno se arrodilló frente a quien no consideraba su inferior... No. Lo consideraba su igual.

Y Lucas, definitivamente, no esperaba eso.

Definitivamente no esperaba que el tipo del que se había enamorado fuera un demonio que, encima, no era cualquier demonio. Sino que era EL demonio.

Y definitivamente no esperaba verlo arrodillarse frente a él y bajar la cabeza como si esa fuese su manera de decirle «Me derrotaste».

Eso había roto el patrón que había mantenido firme al mortal hasta ese momento, porque durante mucho tiempo estuvo seguro de que las disculpas de Samael iban a saberle a mentira, y ahora su mente estaba haciendo cortocircuito.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora