Canto I.

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—Vamos — decía Lucas, con una sonrisita llena de picardía —. ¿No vas a decirme cómo te llamas?

—No necesitas saberlo.

—Oye, claro que sí — hizo un puchero — Me estoy besando con un tipo que acabo de conocer, no hagas que me sienta más estúpido.

El hombre se relamió los labios y echó la cabeza hacía atrás para poder ver mejor el rostro de Lucas, a quien sostenía por la cintura y quien se balanceaba de un lado a otro como si ambos se encontraran en medio de una pista de baile en la que ellos, definitivamente, hubiesen sido los más descoordinados.

La triste iluminación de la habitación no le permitía apreciar al chico con la misma nitidez con la que lo había hecho en ese bar en el que se conocieron, porque el lugar en el que se encontraban en ese momento estaba a oscuras y la única iluminación que tenían sólo era la luz de las farolas que se filtraba a través de la ventana cuando el viento mecía las cortinas. Era una triste luz que parecía estar a punto de ser tragada por la oscuridad, pero ambos parecían no tener problema con eso.

— ¿Qué crees que es más estúpido, — comenzó a preguntar — besar a un tipo que acabas de conocer o llevarlo a tu casa sin saber tan siquiera cómo se llama?

Lucas soltó una risa que se escuchó más como un quejido.

—Admito que ambas suenan igual de estúpidas pero ten en cuenta, señor desconocido, que puedo echarte de mi casa si me molestas.

— ¿Estás seguro de que quieres echarme? — Inquirió — ¿No fuiste tú quien se lanzó a besarme en el baño de ese bar?

Los ojos esmeralda de Lucas escudriñaron en el rostro de aquel hombre del que se había sentido tan atraído como nunca lo había estado de nadie más y, hasta ese momento, seguía sin entender por qué.

Es cierto que el hombre era atractivo. Bastante. Pero en realidad no encajaba con el tipo de persona que él consideraría su tipo, lo cual lo hacía todavía más extraño porque justo en ese momento tenía los brazos alrededor de su cuello, sintiéndose tentado de pasarle la mano por el cabello para después enredar los dedos entre esas delgadas fibras que eran tan negras como el carbón y probar esos labios que lucían tan apetecibles aunque apenas fueran visibles bajo la penosa iluminación de la habitación.

Este tipo realmente es tan caliente, fue lo que pensó Lucas, y en otras circunstancias no habría dudado en decirlo en voz alta pero su orgullo o —dicho de otra manera— su encaprichamiento por saber el nombre de su posible acostón de una noche, se lo impedían, así que las comisuras de sus labios sólo se limitaron a mantenerse elevadas en una sonrisa aparentemente inocente, porque un ligero cosquilleo se había instalado en su abdomen y descendía perniciosamente hasta su entrepierna, anticipando que los besos que se habían dado en el baño del bar, pronto pasarían a convertirse en algo más.

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora