Canto XXII.

37.6K 3.9K 4.2K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Lucas


Era viernes por la tarde cuando mi papá me llamó para pedirme —o mejor dicho, exigirme— que lo acompañara a uno de esos eventos que tanto odio.

Diría que me sorprendió que me hablara como si no me hubiese dicho un sinfín de cosas que hirieron mi orgullo la última vez que nos vimos, pero lo cierto es que, viniendo de él, ya nada lograba sorprenderme lo suficiente como para escandalizarme, además, sus palabras me parecieron algo que, inevitablemente, terminaría diciéndome tarde o temprano, y solo había sido cuestión de tiempo para que terminara soltando tanto vómito verbal... Aunque hubiese preferido que lo hiciera en una situación diferente, no mientras celebrábamos el cumpleaños de mi madre.

No obstante, mentiría si dijera que su concepto de mí no me tenía herido, porque me hizo sentir que fracasé como su hijo, y por lo tanto, que le fallé a mi madre, por eso la culpa me hizo imposible negarme cuando lo escuché decir a través del celular «Habrá una cena esta noche, y tienes que venir».

Me di valor a mí mismo diciéndome que no sería tan malo y que me ayudaría a distraerme. Pese a que siempre tuve presente ese pequeño detalle de que sus amigos —de nuevo— despotricarían contra mí en cuanto tuvieran la oportunidad, decidí que lo mejor sería ignorarlos, y comportarme tanto como mi imprudencia me lo permitiera, pero luego, pensándolo más, me di cuenta de que quizás me estaba anticipando demasiado a algo que probablemente no iba a suceder.

Probablemente sería una noche tranquila. Quizás solo me sentaría en silencio, y todo pasaría hasta que mi padre se aburriera y más tarde decidiera que era hora de irnos, solo tenía que aguantar hasta que ese momento llegara.

Suspiré, observando mi reflejo en el espejo de mi baño y encontrándome con una imagen de mí que me pareció bastante atractiva... Oh, sé que sueno tan vanidoso, pero aunque intentaba acariciar mi autoestima cada que podía, aun así había días en los que me sentía la persona más fea que alguna vez hubiese pisado el planeta, y había otros días —como ese— en los que me sentía como si hubiese sido creado por la mismísima Afrodita.

Por otro lado, he de decir que —aunque me parecía sumamente incómodo— me gustaba cómo me veía con traje de etiqueta y una pajarita perfectamente anudada al cuello. Además, por primera vez mi cabello estaba cooperando, y había logrado hacer algo con él que, probablemente, no lograría satisfacer del todo a mi padre, pero al menos esperaba evitar un comentario del tipo «Pareces un salvaje», cosa que logré exitosamente, pues cuando llegó por mí, solo me saludó y no hizo ningún comentario sobre mi aspecto.

Por otro lado, él se veía igual, y al parecer ya había olvidado la última conversación que tuvimos porque no dijo ni una palabra al respecto, solo se limitó a ir directamente a un tema que me pilló por sorpresa:

Hidromiel.  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora