ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas spicy. Si prefieres saltártelas, puedes comenzar a leer a partir de los ***.
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Lucas
Desde muy pequeño, mi padre tomó la costumbre de repetirme constantemente lo mucho que me gusta desafiar a los demás. Aunque esa era la forma amable de echarme en cara mi «mala personalidad», porque para él, el no poder quedarme callado cuando recibía comentarios despectivos, era sinónimo de alguien «irritable y vulgar», aunque mi querido y amado padre debería comenzar a pensar en qué plantar en las tres enormes hectáreas de verga que me vale.
No obstante, debo de darle algo de crédito porque había algo de razón en sus palabras, y es que nunca aprendí a tener la boca cerrada. Creo que eso está más que claro, aunque justo en este momento —teniendo a Samael tan disgustado por calentarlo y luego inventar esa ridícula excusa de la estufa—, me es más claro que nunca.
Me metí a un campo minado por decisión propia, porque si tan solo me hubiese quedado callado, no estaría envuelto en esta situación. Y no es que, precisamente, me moleste o incomode —aunque preferiría que fuera así—, pero no era lo que pensaba que sucedería cuando decidí conducir hasta el edificio de Samael solo para regresarle su camisa.
Bueno... Digamos que eso de la camisa no fue del todo un pretexto, pues tenía que hacer unas cosas y su departamento me quedaba de paso. Ni siquiera se me pasó por la cabeza que las cosas concluirían conmigo mirándome en un espejo mientras él me sostenía por detrás.
— ¿Vas a ser obediente, LuLu? — Instigó en un murmullo. Sus ojos seguían observándome por el reflejo del espejo.
— ¿P-por qué debería? — Vacilé, a la expectativa.
—Porque fuiste imprudente, y me lo debes.
Ver su rostro enojado a través del reflejo, y sentir sus manos sosteniéndome con tanta posesión, me resultaba excitante de una manera que apenas soy capaz de describir. Mi corazón latía con una fuerza descomunal, y un cosquilleó se instaló en la boca de mi estómago cuando su mano inquieta se posicionó en mi abdomen, rozando el borde de mi pantalón.
Las sensaciones que me provocaba una simple caricia, desencadenaban una colisión en todas mis terminaciones nerviosas. A eso podía sumarle su ronca y demandante voz susurrándome tan cerca «Quiero que veas lo mucho que disfrutas que te haga mío», y el resultado era yo caliente como el Infierno.
No sé por qué el escucharlo darme órdenes se me hacía tan excitante, y estaba seguro de que, si de su boca salía un «No quiero que nadie más te toque», iba a correrme sin la necesidad de que me tocara por debajo de la ropa... Ah, vaya mierda, ¿qué clase de fetiches raros tengo?
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Hidromiel. ✔
FantasíaLuzbel sabía, entre muchas otras cosas, que tenía terminantemente prohibido enamorarse de un mortal. No era una penitencia que él mismo se hubiera puesto y, ciertamente, tampoco era algo que le importara porque aborrecía a la especie humana en cualq...