Camus sintió que el aire se escurría entre sus dedos. Cada vez que la voz de Saori empezaba a cuenta regresiva, se sentía perdido. Y todo era por culpa del que sostenía la paleta 69.
La primera vez que se alzó entre la multitud, el pelirrojo agradeció la obra misericordiosa del ser divino que le salvaba de la perdición, impidiendo ser entregado a un caprichoso Surt que no dudaría en hacer la noche un martirio.
Hasta que descubrió al dueño de la paleta 69.
Desde que sus rubíes se prendaron en esas aguamarinas, el pelirrojo sintió que era su fin. No importaba cómo transcurriese la subasta. Milo se asentó en su pecho y en su abdomen con la intensidad de una picadura venenosa. Dolía, le agujereaba y provocaba un fuerte mareo saberlo tan cerca y al mismo tiempo, tan lejos.
Ni siquiera podía separar sus ojos de él, tal era el poder de la hipnosis y la atrayente forma en que le llamaba, con algún sentido más allá de la intuición. Era como si todo su ser estuviera imantado y se sintiera irrefrenablemente arrastrado hacia él, a esos labios con esa mueca depredadora, a ese cuerpo y a esa piel, ahora conocidos.
Sobre todo, a las manos que lo derretían como la lava y lo obligaban a olvidarse de cada una de sus responsabilidades, de su educación hogareña y su formación académica; para quedar en la más primitiva forma, que anhelaba unirse al rubio de las más pecaminosas formas posibles.
Camus lo sabía. Esta vez, esta noche, no habría pretextos.
Había probado la amargura de un lecho vacío, de noches de insomnio, de sueños volátiles donde esas manos, esa boca y esa voz, que ahora utilizaba para soltar cantidades escandalosas, le incitaban a entregarse.
Si Milo aplastaba a Surt económicamente, iría a por él y Camus no le negaría el capricho de hundirse en sus entrañas.
Lo necesitaba tanto, que sudaba de angustia por él.
Tan así, que cuando Milo le miró acusándolo de provocar la obsesión de Surt, no hubo caretas. Camus aceptó la culpa, bajando la cabeza.
¡Así de poderoso era Milo!
Hacía que Camus reconociera sus pecados más ocultos, más secretos. No había verdades que se pudieran ocultar tras paredes.
El rubio tenía la facultad de ver más allá de él y si bien eso asustaba al pelirrojo porque tenía demasiados secretos para dormir tranquilo, había algo en su interior, que lo veía natural.
Por eso, entendió que Milo en el desdén, abandonara la puja para dejar que Surt triunfase. Sí, le dolió porque su cuerpo no anhelaba al ruso, sino a este rubio que se había metido debajo de su piel.
Lo deseaba con rabia y se descubrió tan apasionado por él, que entendió por vez primera qué le había visto Dégel a Kardia.
No era ver, sino percibir. Sentir que el otro era parte de ti de alguna extraña manera y dejarse llevar, hasta olvidar incluso, el apellido.
Lo que nunca esperó el pelirrojo, cuando sintió que caería de nuevo en las garras de Surt, fue la presencia de su princesa.
Sasha apareció de quién sabe dónde, con ese vestido tan espectacular que Dégel le comprase en la semana de la moda en París de este año y brilló como lo que era: su diosa de la inteligencia y muy en el fondo, de la guerra.
La de cabellos lilas, era la combinación perfecta y exacta de Dégel y Kardia. La elegancia y el glamour combinados con la terquedad y las ideas espontáneas que desarmaban al enemigo. Era una digna hija y como tal, fascinó al público.
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Propuesta Indecente [Milo y Camus | +18 | Yaoi]
FanficMilo es un ser de fuego duro y despiadado, acostumbrado a conseguir todo aquello que se propone. Camus es un estoico hombre de negocios, con un pasado oscuro que le impide ceder a sus impulsos. Una noche, estas dos fuerzas opuestas chocan en un rin...