Capítulo 1

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Wanda POV

A pesar de todo intento, la llave no entraba en la cerradura provocando que un y mil maldiciones se comenzaran a formar en mi mente. Resople frustrada tras golpear la puerta provocando dolor en los dedos de mi pie. Comenzaba a extrañar Nueva York.

—No creo la puerta se abra así—musitó detrás de mí en un tono divertido una voz tan sexy, pero a la vez tan suave como el terciopelo.

Me gire avergonzada para ver de quien se trataba. Pude sentir como la boca se me abrió lentamente y como los ojos me destellaron de encanto. Frente a mi estaba una bella mujer pelirroja con unos hermosos ojos verdes, lucía como una verdadera obra de arte.

—Emm... y-y-yo...—¡genial! No pude articular ni una sola frase.

—Déjame adivinar, ¿eres Wanda, cierto? —me sonrió mostrándome la hermosa sonrisa que tenía. ¡Wow! Esa perfecta sonrisa se veía enmarcada por unos labios aparentemente suaves y rosados; definitivamente ella era lo más hermoso que había visto desde que llegue a Londres.

—¿La amiga de Kate? —me pregunto ahora en un tono dudoso. ¡Maldición! ¿Era necesario pegarme una bofetada para reaccionar? Sí, quizá eso era justo lo que necesitaba para salir del trance en el que esta hermosa mujer me ha metido con solo verla.

Sacudí ligeramente mi cabeza para tratar de reaccionar.

—S-sí, sí—me aclare disimuladamente la garganta—. A las dos preguntas, sí—ella me sonrió enormemente, como si me conociera de hace años provocando que (nuevamente) me desarmará por completo. Estas sensaciones eran totalmente nuevas para mí.

—¿La puerta no abre? —me pregunto sin dejar de sonreírme.

—¿Eh? —su pregunta logró sacarme del trance en el que estaba debido a ella. Mi cara de confusión al parecer el agrado ya que su sonrisa se hizo más grande. — Eh... n-no, la llave no entra...—bajé la cabeza para ocultar el traicionero rubor de mis mejillas. Escuche una leve risita por parte de ella.

—¿No entra? Mm, que raro­—dijo—¿Me permites las llaves? —estiro su mano con la palma abierta hacia arriba.

Me atreví a levantar la vista para mirarla, realmente tenía unos muy lindos ojos donde parecía que el mismísimo Picasso había creado una obra de arte en diferentes tonalidades de verde. Todo ella me parecía simplemente irreal y perfecto.

Le di la llave confiando plenamente en ella. Se acercó a la puerta del departamento e intento solo una vez meter la llave a la cerradura comprobando que no funcionaba.

—Mm, creo que te dieron la llave equivocada—dijo en un tono divertido.

—Oh, ¿tu crees? —conteste sarcástica. Ella río, el soplo de su risa me acaricio el rostro.

Me obligue a aterrizar de nuevo en la tierra, esta chica provocaba que me perdiera totalmente en ella simplemente con su existencia. Que emociones tan extrañas estaba experimentando.

—¿Eres... vecina? —pregunte esperanzada, anhelando que dijera que sí, que era dueña de alguno de los otros departamentos que había en este edificio.

—No—bueno, al parecer la suerte no estaba de mi lado.

—¿Entonces... como sabes mi nombre y que soy amiga de la chica que vive aquí? —hice una pausa frunciendo el ceño—¿Kate Bishop vive aquí, cierto? —pregunte recelosa, ¿Qué tal si ella era una sexy psicópata o algo así?

Ella río una vez más, como si mi ingenuidad fuera algo gracioso. Bueno, quizá para ella sí.

—Sí, Kate vive aquí—señaló el departamento marcado con el 180 en el que antes había intentado meter la llave—. Es raro que no se encuentre—dijo sorprendida—. Y, bueno, ella me hablo de ti, me dijo que esta noche llegarías de Nueva York. Kate estaba muy emocionada con tu llegada—me sonrió y le re sonreí de regreso. Tras unos segundos donde solo nos sonreíamos, finalmente pude formular una pregunta que quería hacerle desde que la vi.

—¿Y tú eres...?

—¡Oh! Perdóname, que descortés de mi parte—soltó una risita nerviosa—. Me llamo Natasha, Natasha Romanoff—me extendió sonriente la mano para saludarme propiamente. Le tome la mano también sonriéndole. Estuvimos así un par de segundos hasta que reaccioné y la solté tímidamente, nuevamente podía sentir el rubor en mis mejillas.

—Bueno, Natasha, tú ya sabes mi nombre—respondí mientras desviaba mi mirada de la suya. De reojo pude ver como ella sonreía al ver mi reacción. —. Soy Wanda, Wanda Maximoff.

—Muy bonito nombre, por cierto—su sonrisa seguía aun en su rostro. El rojo de mis mejillas se intensifico más. —¿Qué tal el viaje?

—Cansado—suspiré—. Si no te molesta, me sentaré a esperar a Kate—le dije mientras dejaba resbalar mi cuerpo por la pared beige hasta llegar al piso.

—¿Te molesta que la espere contigo? —musitó.

—Por supuesto que no—trate de sonar de lo más casual, como si su presencia no me perturbara.

Me sonrió y se sentó a mi lado recargando su espalda en aquella pared, sus piernas por otro lado, las cruzo. Hasta de esa manera tan simple ella se veía simplemente hermosa.

Desvié mi mirada de ella tratando de ignorar todos los pensamientos poco coherentes que mi mente había producido.

Sentí hambre y busqué en mi mochila alguna comida chatarra que no me haya terminado en el vuelo. Afortunadamente encontré un paquetito de galletas de chocolate que todavía tenía un par.

—¿Gustas? —le ofrecí.

—No, gracias. Provecho—me sonrió. Me miraba como si fuese algo... poco común... pero divertido a la vez...

—Tengo hambre—me encogí de hombros un tanto cohibida.

—Adelante—me animo a morder la galleta.

Me comí una de forma rápida y me sacudí las migajas que habían caído de ella. Noté que Natasha me miraba.

—¿Extrañas Nueva York? —me preguntó.

—Un poco—admití—. Pero siempre es bueno un cambio—dije mientras comenzaba a morder la otra galleta—. Espera... ¿Cómo sabes que vengo de Nueva York? —vaya, esta chica al parecer conocía mucho de mi mientras que yo no tenía ni idea de quien era, era prácticamente una completa desconocida. Pero no me asustaba para nada que ella me conociera, en lo absoluto.

—Kate me lo dijo, me habló mucho de ti—respondió.

—Oh...—reí— espero que hayan sido cosas buenas.

—No te preocupes—sonrió—. Eres su mejor amiga, ¿qué cosas malas podría decir de ti?

—No sé, quizá que... me gusta desayunar en pijama—me encogí de hombros—, o que me encantan las galletas de chocolate con mantequilla de maní.

—Desayunar en pijama es cómodo—admitió—. Y cada quién tiene sus gustos raros—le quito importancia—A mí me encantan los chocolates con menta.

—Eso no es tan raro.

Ambas reímos entre tanto que yo mordía la última galleta que me quedaba. El sonido de nuestras risas ya no tuvo cabida al ser opacado por el grito de júbilo de una voz familiar que ya extrañaba oír.

El manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora