Capítulo 11

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—¿Por qué no fuiste? —pregunté. Natasha se encogió de hombros.

—Ya me he subido muchas veces, me gusta más estar en tierra—dijo.

—Ya somos dos.

Nos sentamos en una de las bancas, sintiendo como el aire movía mi cabello.

—¿De qué hablaban Yelena y tú? —preguntó, como quien no quiere la cosa.

Me solté a reír.

—Ya recordé que eres curiosa—respondí.

—Qué bueno que lo sabes, así que dime ahora—quiso sonreír.

—No, no te voy a decir. Eso es entre tu hermana y yo—no sabía por qué, pero la fierecilla se sentía demasiado bien provocando celos en Natasha, o al menos, creyendo que lo hacía.

—Me voy a enterar, ya verás—amenazó y luego sonrió.

—Ya veremos—reí.

—¿Quieres un helado? —preguntó.

—¿Intentas sobornarme con helado?

Ella rio.

—¿Puedo?

—Lo siento, no—negué con la cabeza divertida.

—Bueno, te lo invito de todas formas, ¿quieres?

Le miré entrecerrando mis ojos en ella.

—Sin artimañas—alzó las manos.

—Está bien—acepte.

Nos paramos para comenzar a dirigirnos a la pequeña heladería que estaba enfrente de donde estábamos.

—¿De qué lo quieres? —me preguntó.

—Fresa.

Me sonrió y luego se dirigió hacía el chico rizado detrás del mostrador.

—Me da dos helados de fresa, por favor—musitó con ese acento británico ferozmente irresistible.

—Enseguida—contesto el chico y se dio la vuelta para tomar los dos conos para después depositar en ellos dos grandes bolas de helado de fresa en cada uno.

Le colocó chispas colores y una vez que termino con ambos conos nos los entrego. Le agradecí por lo bajo mientras tomaba mi cono.

Natasha le pago al chico y este se dio la vuelta de nuevo para tomar el cambio.

—Ils forment un très beau couple—nos dijo el chico en francés. Estamos en Londres, ¿por qué hablo en francés?

Natasha rio y guardo su cambio en el bolsillo trasero de su pantalón.

—Merci—respondió Natasha en un perfecto francés. Un segundo... ¡¿Natasha entendió lo que el chico dijo?! ¿Cuántos idiomas habla?

Cuando salimos del establecimiento me mordí el labio inferior, indecisa de preguntarle a Natasha qué era lo que había dicho el chico.

—¿Está rico? —me preguntó Natasha, con esa sonrisa burlona en su rostro.

—¿Eh? Sí—conteste.

—Ni siquiera lo has probado—observó y luego comenzó a reír.

Que torpe fui.

—Ah, sí, cierto—reí sintiéndome de verdad tonta—. Oye, tres cosas. Primero, ¿Qué dijo el chico cuando te devolvió el cambio? —su sonrisa burlona creció todavía más—. Dos, ¿Por qué el chico hablaba francés si estamos en Londres? —río—. Y tres, ¿Cuántos idiomas hablas? —termine de preguntar tratando de no verme curiosa.

El manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora